Votos, Leyes… y los Dilemas del Poder
Análisis para quienes entienden que el poder no se improvisa
Por: Guillermo Galván Huéramo
En democracia, negarse a votar también es una decisión, pero no siempre una que el poder escuche. Puede ser válida, incluso legítima; pero no basta con ausentarse: el sistema registra silencios, no los interpreta. En política, lo que no se expresa, se ignora.
Las elecciones judiciales del pasado domingo lo confirmaron: solo el 13 % de los ciudadanos acudió a las urnas. El 87 % se ausentó. ¿Protesta, desinterés o resignación? Para el sistema, da lo mismo. Porque, en las cifras oficiales, quien no vota cuenta igual que quien ni siquiera supo que había elecciones. El resultado se construye con quienes acuden a las urnas, no con quienes las ignoran.
No votar puede ser legítimo cuando representa una postura crítica ante una oferta cerrada, candidaturas impuestas o procesos viciados. Pero ese acto solo adquiere valor político si se convierte en un discurso público, colectivo y visible.
Por eso, el voto nulo razonado ha cobrado fuerza como alternativa. En países como Colombia o Perú, el voto en blanco tiene efectos jurídicos si alcanza ciertos umbrales. En México, en cambio, el voto nulo se contabiliza, pero no modifica el resultado ni obliga a repetir la elección; se vuelve una estadística, no un mensaje.
México necesita una reforma electoral que fortalezca el voto nulo como herramienta de exigencia ciudadana. Que establezca reglas claras para que, si alcanza cierto porcentaje, se repita la elección o se impida postular a los mismos candidatos. Que lo convierta en un instrumento de corrección democrática, no solo en símbolo de resignación.
En la película V for Vendetta (V de Venganza), la voz del pueblo no resurge con gritos, sino cuando decide dejar de obedecer en silencio. Es ahí donde el miedo cambia de lugar, y el poder vuelve a temblar. La historia retrata una verdad incómoda: cuando el sistema deja de escuchar, el pueblo deja de importar. Y cuando la voluntad ciudadana es sustituida por cálculos partidistas, candidaturas cerradas y elecciones sin opciones reales, votar deja de ser una elección, y se convierte en rutina.
En ese mundo distópico, el pueblo había entregado tanto poder a cambio de comodidad, que cuando quiso resistir, ya era tarde. La película lo resume en una idea clave: “El pueblo no debe temer al gobierno. El gobierno debe temer al pueblo.” Pero si el pueblo calla, se ausenta o se retira, ¿quién queda para sostener la democracia? Porque incluso cuando no eliges, alguien más elige por ti.
Hoy, no basta con marcar una boleta entre lo que el sistema permite. Cuando el voto se vacía de opciones, el silencio no debe llenarse de resignación, sino de exigencia. El verdadero poder de una democracia no está solo en votar, sino en hacer que ese voto —incluso el nulo— tenga consecuencias. No se trata solo de elegir entre lo que hay, sino de tener el valor de exigir lo que falta. Porque “elegir no elegir” también puede ser una forma de resistencia, pero solo si es capaz de cambiar lo que viene.