Columna: Votos, Leyes… y los Dilemas del Poder
Análisis para quienes entienden que el poder no se improvisa
Por: Guillermo Galván Huéramo
Vivimos en tiempos donde el ruido ha desplazado al fondo. El liderazgo se calcula en aplausos, la influencia en seguidores, y la popularidad se confunde con autoridad. Es la era de los eslóganes que sustituyen a los proyectos, de la imagen que vale más que el contenido. Pero mientras las luces apuntan a quienes prometen más de lo mismo, existen figuras que no buscan cámaras, no publican consignas ni venden milagros. Y, sin embargo, son ellas quienes sostienen lo que los discursos no alcanzan a contener: el equilibrio, la legalidad y la estabilidad institucional.
La democracia no se defiende con consignas ni se preserva con discursos; se sostiene con trabajo silencioso, constante y profundamente técnico. La protegen quienes no aparecen en portadas, pero redactan sentencias justas. Quienes no suben videos, pero diseñan elecciones limpias. Quienes no buscan poder, pero asumen con seriedad su responsabilidad. Técnicos, jueces, funcionarias, actuarios, servidores públicos… los pilares invisibles de un sistema que, sin ellos, simplemente no resiste.
No buscan brillar ni ocupar los espacios visibles del poder, pero son el cimiento discreto sobre el que descansa toda estructura institucional. No persiguen aplausos, ni necesitan aprobación pública, porque su convicción nace del deber, no de la recompensa. Comprenden que el poder auténtico no se impone con fuerza, sino que se ejerce con responsabilidad, sobre todo cuando el entorno amenaza con desmoronarse. Su liderazgo no es el del espectáculo, sino el de la firmeza silenciosa; no se alimenta de popularidad, sino de constancia.
Uno de los errores más peligrosos de nuestro tiempo es asumir que el poder sólo vale si se ve, que liderar es gritar más fuerte o ganar sin saber cómo gobernar. Pero existe otro tipo de liderazgo: el que se ejerce con seriedad, método y principios. Aquel que no necesita adornarse con aplausos, porque habla con hechos. No busca cámaras, pero sostiene el sistema. Aunque no se viralice, es precisamente ese liderazgo el que mantiene en pie a una república.
La película The Dark Knight (Batman: El caballero de la noche) dejó una lección que sigue vigente: hay figuras que cargan con el deber cuando todos los demás se apartan. No es el rostro popular del poder el que sostiene al sistema en los momentos difíciles, sino quien asume el peso del equilibrio sin esperar aplausos ni gratitud. Los “Caballeros invisibles de la democracia” no son los líderes que todos aplauden, pero sí los que preservan el orden cuando otros prefieren el caos.
Lo mismo ocurre con la institucionalidad: cuando muchos renuncian al orden y el caos parece más rentable que el esfuerzo, aún quedan quienes cumplen su deber. Lo hacen sin aplausos, sin escudos, sin eslóganes. Sólo con la convicción de que alguien debe sostener el equilibrio… incluso cuando todos los demás lo abandonan.
Ellos no aparecen en campaña, pero evitan colapsos. No presumen cargos, pero honran cada día su función. En una época que celebra al que conquista el poder, resulta urgente volver a respetar a quien lo contiene. Porque no todo el que figura sabe gobernar, y no todo el que gobierna necesita figurar. Si la democracia aún resiste, es gracias a quienes la sostienen… incluso cuando nadie más está dispuesto a hacerlo.