Tocar corridos, no tocar al C.O.

El Último Llamado/ Diego Donaldo Chávez Palmerín

Mientras Michoacán se mantiene entre los primeros estados con más homicidios dolosos en el país, con más de 1´500 asesinatos en 2024, el debate público parece desviarse hacia el volumen de los altavoces. Ahora resulta que el verdadero enemigo es el narco-corrido. No el narco, no el crimen organizado, no la colusión no la impunidad, sí la música.

Desde algunos gobiernos se impulsa con fuerza la prohibición de canciones que exalten la violencia, como si eso pudiera desactivar un AK-47 o desmovilizar una célula armada en Tierra Caliente, oriente, centro y/o costa. La estrategia es clara: censura simbólica para compensar la ausencia del Estado real.

En Michoacán, donde las autodefensas fueron criminalizadas y los grupos armados siguen disputándose rutas, plazas y hasta pueblos enteros, pretender que una canción en plataformas es el detonante del caos es tan ingenuo como irresponsable. La violencia no nace en los estudios de grabación, sino en la complicidad institucional, en el abandono territorial y en una economía secuestrada por el crimen.

La música de corridos incomoda porque refleja una realidad que no se quiere aceptar. Pero el problema no es la apología, sino la hegemonía que ha ganado el narco como poder fáctico. Prohibir corridos no es gobernar: es taparse los oídos.

Ojo, no por eso se está a favor de su reproducción, pero la estrategia no debe ir solo a quitarlos oficialmente; si se quiere combatir la cultura del crimen, habrá que ofrecer algo más poderoso: justicia, oportunidades, Estado. Porque el silencio no resuelve lo que el plomo impone.

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