Por Teresa Da Cunha Lopes
El INE actuó correctamente al dar marcha atrás a las candidaturas de Macedonio y de Morón. La medida no solo pudo creó certidumbre jurídica, sino también seguridad electoral.
Pocas instituciones han sido tan francas como el INE respecto de sus limitaciones y, también, de su papel central en el funcionamiento de la joven democracia mexicana.
Esto es tanto o más importante cuando las instituciones están bajo ataque, por un lado por la maquinaria y propaganda de un partido con mayoría que frente transformarse en hegemónico, como por otro lado por la pandemia.
Las democracias son frágiles. Todos y todas lo sabemos.
En todo el mundo la pandemia dejó al descubierto los problemas que enfrentan las democracias cuando responden a situaciones complejas y rápidamente cambiantes. En México, esto ha sido particularmente enfatizado por narrativas equivocadas, incapacidades logísticas y , oportunismo electoral que ha secuestrado el proceso de vacunación.
La democracia ha sufrido ante la erosión de la calidad de vida, la militarización, la inseguridad, el confinamiento, las muertes, el ataque legislativo y, la propaganda desde las estructuras del poder.
Las instituciones democráticas han sido especialmente marcadas por esta suma de variables.
Ahora bien, cuando las instituciones se ven obligados a tomar decisiones de defensa de la democracia, del estado de derecho y de la legalidad, equidad y transparencia de los procesos electorales, inevitablemente algunas se verán como injustas, equivocadas, o ambas cosas. Aún que sean necesarias,lógicas y apegadas a derecho. O sea, cuando está en causa la legitimidad de las elecciones.
Esta cuestión de la legitimidad y elecciones es fulcral. Hagamos unas breves reflexiones sobre la misma.
La legitimidad es un elemento delicado y, sin embargo, de la mayor importancia para la existencia de sistemas políticos democráticos y estables. También es complicada.
Sin legitimidad, ningún sistema político puede lograr estabilidad y sin elecciones (es decir, sin una expresión explícita del consentimiento popular hacia quienes detentan el poder) no puede haber legitimidad.
Pero si bien las elecciones libres son una condición necesaria para la legitimidad, están lejos de ser suficientes para garantizarla.
Las disposiciones constitucionales deben garantizar un lugar en las instituciones políticas de los países ( y, México no puede ser una excepción) a todos los grupos, a todas las minorías, a toda diversidad. Esta es una de las funciones sustantivas de los organos de tutela, en nuestro caso, del INE.
Es igualmente imperativo establecer el imperio de la ley, ejercido por un poder judicial independiente y respetado, dónde defender los derechos políticos de cada ciudadano y dirimir controversias electorales.
En una democracia, con una constitución funcional e instituciones fuertes, normalmente, lo que es legal, piensan, también es legítimo. Esto, porque la legitimidad simplemente significa que las pre-campañas, las campañas , la votación y el recuento de los votos se realicen según reglas acordadas por consenso democrático y votadas.
Tal supone la aceptación automática de reglas que, de hecho, demoraron mucho tiempo en echar raíces, que son fruto de décadas de lucha y de conquistas democráticas.
O sea, lo que los mexicanos ganaron a pulso a lo largo de los últimos 20-30 años no puede ser lanzado a la cuneta para defender conductas de Macedonios, Morones y compañía.
Esto es lo que está en juego.
Mil disculpas por la democracia.