Por: Leovigildo González
Reza un dicho «en política no hay sorpresas, solo sorprendidos», y eso es muy habitual en Michoacán, los sobresaltos en la agenda pública son muy natural, los acuerdos, aún más.
Hace unos meses, las tensiones entre el Gobernador Alfredo Ramírez Bedolla y el alcalde de Morelia, Alfonso Martínez, eran muy evidentes, la guerra de declaraciones eran parte de la agenda mediática, hoy, parece que todo eso quedó en el pasado.
La madurez de Martínez a la hora de hacer política ha sido muy marcada desde que por segunda ocasión volvió a gobernar la capital michoacana, tras el descalabro electoral contra Morena y Raúl Morón en aquel 2018.
Es evidente que en el periodo de cierre de Gobierno, Bedolla traza una forma diferente de hacer política, lo hace también ante los retos de su administración que lejos de la confrontación requiere de aliados, y claro, uno de esos puede ser Alfonso.
Los desencuentros al gobernar es más común de lo que visiblemente se observa, también por la ideología política que ambos tienen, sin embargo, eso parece quedó claramente en el pasado.
En el 2027, nada está escrito, Alfonso tiene muy claro que es la opción más fuerte de la oposición para buscar la gubernatura, que el PRI no irá con él y que el crecimiento de Movimiento Ciudadano puede ser benéfico para el alcalde de Morelia y ahí si hay forma de tejer una alianza fuerte.
El trabajo del Gobierno de Michoacán en la capital ha sido constante, desde un teleférico que en su construcción dejará cientos de empleos, un distribuir vial en la zona más poblada, Villas del Pedregal y otro en el Mercado de Abastos, son obras que se quedarán para la posteridad.
Los celos políticos de Guillermo Valencia, líder del priísmo en el estado tal parece que buscaría que Bedolla y Alfonso sigan en la confrontación que para nada es en beneficio de los morelianos, sin altura de miras, solo en la visión personal.
Marcapasos.
El PRI en Michoacán poco suma ya a una alianza, por el contrario es el partido que más rechazo posee en la población, el tricolor vive una crisis de identidad que poco o nada puede aportar, más allá de lo estridente de su dirigente.