96 años ¿necesarios?

Por: Diego Chávez Palmerín

Columna: El Último Llamado

Desde su fundación en 1929, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido una pieza central en la política mexicana, jugando un papel fundamental en la consolidación del Estado moderno y la estabilidad institucional del país.

Bajo su liderazgo, México experimentó un crecimiento económico sostenido, impulsado por políticas de industrialización, infraestructura y desarrollo social. La creación de instituciones como el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) son solo algunos ejemplos de su impacto en la vida nacional.

No obstante, su dominio también estuvo marcado por prácticas de autoritarismo y corrupción, lo que generó un descontento social creciente. Eventos como la represión de movimientos estudiantiles en 1968 y 1971, así como fraudes electorales y crisis económicas, fueron erosionando la confianza ciudadana en el partido.

A pesar de mantenerse en el poder durante más de 70 años, su hegemonía se vio debilitada con la alternancia política en el año 2000, cuando perdió la presidencia ante el Partido Acción Nacional (PAN). Su retorno en 2012 con Enrique Peña Nieto resultó ser efímero, ya que los escándalos de corrupción y los altos niveles de violencia contribuyeron a su desplome electoral en 2018.

Hoy, el PRI enfrenta una de sus crisis más profundas, pero su historia demuestra que aún tiene la capacidad de reinventarse. Con una representación disminuida en el Congreso y menos estados bajo su control, el reto es mayúsculo, pero no imposible. Si logra sacudirse su imagen de opacidad y recuperar la confianza de la ciudadanía con nuevas propuestas, con su experiencia, olfato y altas estructuras, podría resurgir como un actor clave en el panorama político, no sería la primera ocasión. ¿Será capaz de adaptarse a las exigencias de una democracia moderna o se quedará en la sombra del pasado? La oportunidad de una certidumbre real está en sus manos.

Y como menciona la famosa Institucionalidad, “FORMA ES FONDO”.

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