Por: Maritza Carranza
Hoy, muchos son los que nos han dejado, ellos quienes no entran en las estadísticas porque pensaron que era un resfriado fuerte que con el paso de los días desaparecería; ellos que no pueden darse el tiempo de encerrarse en casa porque si no trabajan no hay comida en la mesa; ellos que cuando la enfermedad les demostraba lo demoledora que era no había un tanque de oxígeno; ellos quienes pese a las advertencias hacen su vida tan normal como si el COVID fuera un tema externo de otra ciudad, otro país, otro mundo….
El miedo a reconocer que fue COVID lo que está terminando con cientos de personas longevas, una generación completa se fue de manera repentina y seguimos pensando que su muerte es por el inevitable paso de los años.
Es difícil tomarlos dentro de las estadísticas ya que ellos no tienen acceso ni siquiera a una prueba rápida y lo más irónico es que en plena pandemia hasta la clínica del pueblo estaba cerrada como medida de seguridad.
Ellos que sin saber que fue el covid que les arrebató la vida fueron velados poniendo en riesgo a cientos de personas que por sus usos y costumbres seguían haciendo sus ceremonias fúnebres.
Los primeros casos de los que sí tuvieron los medios para trasladarse a Morelia sacudieron a la comunidad, nadie se acercaba a los familiares por miedo a ser contagiados, los excluyeron como si no fuera suficiente el dolor de perder a su familiar de manera repentina por un espasmo respiratorio provocado por el covid, sin despedirlos, sin un abrazo, sin una palabra, también tenían que lidiar con el tema del que dirán.
Hoy mucha de la población indígena que falleció no entra en las estadísticas de Covid y me atrevo a decir que fueron miles los que han muerto y ni siquiera están dentro de los números.
Ellos los más vulnerables, los que la pandemia fulminó por no atender las medidas de prevención, por no contar con los medios para intentar sobrevivir, por no tener acceso a lo que es un derecho humano: LA SALUD.
Lic. Maritza Carranza Alcantar