Orígenes, el cristiano que danza

La vida de aquellos hombres y mujeres que con el correr de los años reciben el epíteto de “genio”, ciertamente que es en razón de que se han convertido en parte del patrimonio comunitario, pero seguramente también porque se trata de seres humanos con una historia controversial. La vocación a la genialidad está acompañada de la polémica y la incomprensión en muchos de los casos.

Los invito a dar un viaje en el tiempo, trasladándonos exactamente al sitio donde los pórticos greco-romanos pululaban por doquier engalanando templos, teatros y demás galerías. Vamos a viajar a la lejana Alejandría del siglo III después de Cristo. Ahí, caminando entre vías y plazas encontraremos al catequista Orígenes, hijo de Leónidas.

Es parte de la cultura general cuando uno pronuncia y otro escucha el nombre de Orígenes pensar inmediatamente en su mutilación al pretender ser un eunuco por razón del Reino de los Cielos. Pero dejar hasta aquí el conocimiento básico sobre Orígenes representaría algo más que mutilar nuestra cultura teológica general, por cierto, tan escasa.

Orígenes es uno de esos escritores eclesiásticos de la antigüedad tan importante del cristianismo, que dan ganas de aplicarle de una vez el adjetivo de “santo”, sin embargo, su decisión polémica antes mencionada y dos o tres matices de algunas de sus teorías teológicas nos frenan. Ya el papa Benedicto XVI, en su catequesis del miércoles 25 de abril de 2007, dijo que Orígenes es “una de las personalidades más determinantes para todo el desarrollo del pensamiento cristiano”.

Para valorar con mayor objetividad este pórtico origeniano, les cuento rápidamente quién fue Orígenes. Él nació en el año de 184. Su padre, Leónidas, cristiano convencido de su fe, muere martirizado. Recordemos que el derramamiento de sangre por Cristo era el proceso natural de canonización de la época. Orígenes, imitando el ardor de su padre, también quiso ser santo, mártir, pero la madre se lo impidió escondiéndole la ropa y así impidiéndole salir a la calle al encuentro de los guardias que celosamente buscaban cristianos. Educado a través del contacto de autores clásicos de escuelas filosóficas y retóricas de la época, decide consagrar sus estudios y luego sus enseñanzas a los textos sagrados, hoy la Biblia. En Alejandría el obispo le otorga el permiso para enseñar la Palabra de Dios, apostolado que ejecuta con maestría. Las personas amantes del saber de aquellos años se acercaban a Orígenes para empaparse sí de la Biblia, pero también del legado cultural que el mundo griego donó y al que podían acceder pasando por Orígenes, el pórtico cultural de la época. Como el cardenal J. Daniélou (1905-1974) nos cuenta en su todavía actual trabajo sobre este genio de Alejandría, Orígenes (1958) , husmear en la vida de Orígenes es estudiar la vida de la comunidad eclesial de antaño, pues Orígenes hizo una historia comunitaria. Ahí aparecen escenas de riñas con su obispo Demetrio por encomiendas recibidas por aquel de Palestina, entre ellas el sacerdocio, invitaciones a enseñar en otros sitios geográficos, y los esfuerzos de Orígenes por conservar la fe en medio de disputas filosóficas y teológicas del momento. Sin lugar a dudas, los aportes de Orígenes estriban en abrir caminos para leer los textos sagrados encontrando en ellos el mensaje literal, comunitario y espiritual. Bastaría con leer su comentario al Cantar de los Cantares para descubrir la amplitud y profundidad con la cual se acerca al texto sagrado.

Como ya lo señalé al inicio, aquellos que reciben el título de genios están tan ligados a la historia de su comunidad, que no se puede narrar una sin la otra. Así con Orígenes.

Si el primer tema espinoso de la vida de Orígenes es lo que he mencionado sobre sus decisiones disciplinares al mutilarse, el segundo tema emergente es su posición sobre lo que técnicamente se le llama apocatástasis. Este asunto lo voy a explicar así como titulé la entrada de hoy: la danza de Orígenes. El texto que deberíamos tener a la mano como escenario donde se ejecuta este baile de alta dificultad, es De Principiis, sobre los principios, donde el genio de Alejandría tiene que combinar dos pasos para poder bailar resueltamente: a) el amor de Dios, y b) la libertad humana.

Apocatástasis, música de todo el baile, es lo que Orígenes nombra cuando se refiere a la creación que será restaurada en Cristo, pues la obra de Cristo consiste en rescatar la creación de su Padre y entregársela nuevamente. Y Orígenes sabe que el Hijo no podrá fallar, luego, ¿algunas criaturas se quedarán fuera de las manos de Dios, condenadas? A partir de esta pregunta es donde Orígenes intenta armonizar los dos pasos antes mencionados: el infinito exceso de amor divino con la a veces enloquecida libertad humana. Sin embargo, el tipo de danza que decide bailar el alejandrino ha sido ensayada en La Academia, pues Orígenes está claramente influenciado por el pensamiento predominante de la época, Platón. Por tales razones la teoría de la reminiscencia y aquella de la metampsicosis, sobre todo está segunda posición que propone una especie de “reencarnación” del alma hasta qué logra purificarse. La Iglesia, en su enseñanza, espera la restauración de todas las cosas en Cristo, pero de ninguna manera acepta la preexistencia de las almas y los giros cíclicos que ellas puedan dar asumiendo cuerpos materiales hasta purificarse. Así mismo, como lo subrayan los estudios de Daniélou al final de su sección sobre la escatologia de Orígenes, en la danza de Orígenes entre el amor de Dios y la libertad humana “en su tentativa por conciliarlas dió en dos concepciones de las cuales una, la necesidad metafísica del fin del mal, salva al amor pero destruye la libertad; la otra, la eterna inestabilidad de las libertades (condenación), salva la libertad pero destruye el amor”. El cardenal francés propone atenuar la posición de Orígenes argumentando que él echa mano de las pocas reflexiones realizadas a un par de siglos del boom del cristianismo, completando su pensamiento con el que desde ahí, corrigiendo pero siempre impulsado por la reflexión del genio de Alejandría, continuó san Gregorio de Nisa; dice Daniélou sobre Gregorio: “más humilde ante el misterio de la apocatástasis, se conformará con admirarlo como la obra suprema de un amor que no violenta las libertades. Para él significará la certidumbre de la redención irrevocablemente otorgada en Cristo a la naturaleza humana, pero que deja a las libertades individuales la posibilidad de sustraérsele”.

Del pórtico de Alejandría hasta donde Orígenes nos llevó regresamos a la fachada de nuestro propio corazón, contemplamos la tensión entre las grandes obras de amor que Dios quiere hacer y la resistencia de nuestra libertad que se equivoca y pone otros planes de por medio, y comprendemos a Orígenes, quien agudamente nos llevó al centro del problema. Esto sólo lo pudo hacer este genio del cristianismo.

P. Francisco Armando Gómez Ruiz

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