Por: Hugo Rangel Vargas
En días pasados coincidieron dos eventos relevantes que dan cuenta de la terrible desigualdad que vive el mundo y de los cambios que deben empezar a gestarse para hacer de esta, nuestra casa, un lugar más tolerable para vivir. Por un lado, se presentaron las cifras de desigualdad que anualmente presenta la ONG denominada OXFAM y por la otra tenía lugar, en Davos, Suiza, la cumbre anual que concentra a los hombres más poderosos del mundo, así como a distintos representantes gubernamentales y de organismos internacionales.
Mientras el lapidario informe de OXFAM señalaba que la riqueza que poseen los 2 mil 153 millonarios más poderosos del orbe era semejante a la que poseen los 4 mil 600 millones de personas más pobres del mundo; el paisaje invernal de la pequeña ciudad suiza de Davos, se llenaba de vehículos de gran lujo y caravanas de autos que trasladaban a potentados a hoteles y restaurantes cuyas tarifas son de escándalo.
La agenda de los ricos del mundo ya no tenia como centro las políticas públicas que debían dictar los organismos internacionales a las economías emergentes, la desregulación de los mercados, el balance de las bolsas del mundo o las ganancias de las grandes corporaciones tecnológicas y financieras; ahora aparecía como protagonista el antes lejanísimo concepto del llamado capitalismo de las partes interesadas.
Y es que por el mundo se levantan diversas voces que alertan sobre la necesidad de equilibrar el desenvolvimiento económico del capitalismo y voltear a ver las desigualdades para atenderlas. Cada día cobran más importancia en la agenda de la discusión económica planteamientos como los de Thomas Piketty sobre la mecánica de la desigualdad o la idea de la democracia económica popularizada por J. W. Smith.
Ahí, al Foro Económico que celebraría sus 50 años de existencia y en el que estaría presente Donald Trump -quien por cierto ha dicho que el calentamiento global es un invento chino- también llegaría la preocupación por la crisis ambiental mundial. La presencia de la activista Greta Thunberg, los anuncios de grandes consorcios como Bank of America en el sentido de generar inversiones verdes en sus carteras, o la presentación del Plan Verde por parte de la Unión Europea; se sucedieron en un Davos que tuvo una temperatura ambiente superior al promedio de años anteriores y con mucha menos nieve que en otras cumbres.
Klaus Schwab, fundador del exclusivo encuentro, quizá nunca pensó que este Foro, en su edición quincuagésima, se convertiría en un acto de contrición del capitalismo sobre dos de sus externalidades más perversas: la desigualdad y el daño al medio ambiente. En ambos casos, los sujetos de estos impactos son los entes mas débiles de un sistema económico fallido: los pobres y la naturaleza.
Quizá los ecos de Davos debiesen llegar a nuestro país en donde se ha criticado a la agenda pública del gobierno de la 4T, misma que ha colocado en el centro a la atención a los grupos más desprotegidos y rezagados en su acceso a las oportunidades de desarrollo. Quizá, en efecto, como lo ha dicho el presidente López Obrador, sea preciso repensar un modelo económico que solo piensa en crecimiento por encima del bienestar. Hacerlo así, nos abriría la puerta a derroteros necesarios para un mundo que camina a la autodestrucción.
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