Por: Teresa Da Cunha Lopes
Del 23 al 26 de Mayo los “ciudadanos “ de la Unión Europea ejercerán en las urnas su derecho a definir la composición del Parlamento Europeo. Para los euroidealistas, como yo (el equivalente comunitario de los «Night Watchers» liderados por Jon Snow) la respuesta lógica para resolver los actuales problemas de la UE es sencilla: más democracia y menos enfrentamientos “tribales”. Aunque ni siempre los enfrentamientos han sido “paralizantes” tenemos que construir consensos para avanzar.
Históricamente, la construcción europea ha sido una lista de enfrentamientos, rupturas y crisis, un poco a la semejanza de las crónicas de los Siete Reinos de Westeros. De cada una de ellas, de este continuo juego de tronos, ha surgido una negociación, seguida de un consenso y, por regla, de una extensión de las competencias comunitarias y del fortalecimiento de las instituciones comunitarias. Es altura de romper la “rueda”. De construir mayorías parlamentarias a favor del reforzamiento de la Unión y de una Unión que lidera una tercera vía en que no exista miedo a un futuro tecnológico ni abandono del principio de la cohesión social.
A pesar de todas las rupturas, crises, negociaciones y renegociaciones, la UE es (ha sido) un club atractivo al cual es necesario pedir admisión. A diferencia de otras formas de organización política, la pertenencia a la Comunidad Europea y, ahora a la Unión, es y siempre ha sido voluntaria, pero una prueba del interés que recaba la Unión son las sucesivas ampliaciones: Reino Unido, Irlanda y Dinamarca en 1973; Grecia en 1981; España y Portugal en 1986; Austria, Finlandia y Suecia en 1995 y continuando. En resumen, de la Europa de los seis se ha pasado a la Europa de los doce, después de los quince y ahora , con el Brexit , regresamos a la Europa de los veinte y siete. Pero, ni todo ha sido negativo con el Brexit. Dado que las personas se han dado cuenta del daño potencial de Brexit para la economía y para la protección jurídica de sus derechos fundamentales , o sea para sus trabajos , su movilidad , su acceso a estándares mínimos de protección social, su ejercicio de los derechos fundamentales frente a derivas autoritarias y su poder de compra, muchos han comprendido la cercanía y la importancia de la Unión Europea.
Frente al “duopolio “ emergente EE.UU. / China y a la política “MacMafia” de Putin, la Unión es el único proyecto que mantiene casi intacto su soft power.
Es bien verdad que (y esta característica fue más visible desde la crisis del euro) Europa muestra claramente las insuficiencias de un sistema democrático apoyado fundamentalmente sobre arreglos jurídicos-institucionales, que suele ignorar otros aspectos sociales y estructurales más profundos. Entre otros, la ausencia de un intenso y compartido sentimiento de identidad que facilite el desarrollo de la solidaridad entre Estados o una autentica esfera pública paneuropea. Las carencias derivadas de la falta de medios de comunicación no mediados por el filtro nacional, o el escaso rendimiento representativo de los partidos y asociaciones en el ámbito europeo constituyen también obstáculos evidentes.
La expresión clave para reflejar esta situación es la de «déficit democrático». Y, este «déficit democrático, ha alejado a los ciudadanos comunitarios de Bruselas y ayudado a renacer el sentimiento y los partidos euroescépticos, en la falta de líderes nacionales fuertes e innovadores. Es altura de revertir esta tendencia participando masivamente en las elecciones para el único órgano de representación directa: el parlamento europeo.