Por: Manolo Padilla
Mientras Michoacán se desangra día tras día entre balaceras, extorsiones, desapariciones y pueblos sitiados por la violencia, un grupo de autodenominados “luchadores sociales” decidió tomar las calles de Morelia para gritar consignas en apoyo a Palestina. Sí, Palestina. No los niños de Aguililla sin escuela, no las comunidades de la Sierra que viven bajo fuego cruzado, no las mujeres michoacanas que exigen justicia frente a un Estado ausente. No: Palestina.
La escena fue un retrato perfecto de nuestra política del absurdo. El Consejo Supremo Indígena de Michoacán (CSIM), junto con el Frente Nacional de Lucha por el Socialismo (FNLS), cerraron carreteras, vandalizaron la capital y pusieron en jaque a turistas, familias y comerciantes en pleno centro histórico. Todo, en nombre de una “resistencia internacionalista” que no alcanza a mirar la tragedia local.
La paradoja del activismo selectivo
Resulta paradójico —y cínico— que quienes dicen luchar por la “justicia global” pasen de largo frente a la injusticia inmediata. Michoacán arde, literalmente, y en lugar de exigir con fuerza seguridad, paz y desarrollo para sus propias comunidades, prefieren ondear banderas lejanas, más útiles para la foto, la consigna y el radicalismo romántico.
Mientras turistas se atrincheraban en restaurantes por el gas lacrimógeno, mientras madres y niños huían llorando del humo, los supuestos defensores del pueblo se declaraban víctimas de la represión. ¿Y los ciudadanos? Rehenes de una protesta sin rumbo, condenados al caos cotidiano que se multiplica cada vez que alguien decide “tomar la calle” sin importar las consecuencias.
Un Estado ausente y una sociedad rehén
El Gobierno, una vez más, reacciona con torpeza. La fuerza pública dispersa, pero no resuelve. Los manifestantes destruyen, pero no proponen. Y en medio de esa pugna inútil, la sociedad moreliana vuelve a pagar los platos rotos. Comercios cerrados, transporte detenido, daños a autobuses de turismo: la capital herida otra vez por conflictos que no le pertenecen.
Si de verdad existiera una agenda indígena, social o comunitaria sólida, ésta debería poner en primer lugar la sobrevivencia de las comunidades michoacanas, no la causa lejana que convenga para el discurso. Lo demás es simulación, ruido y oportunismo.
Michoacán no necesita más consignas
Hoy más que nunca, Michoacán requiere menos pancartas ajenas y más soluciones reales. La solidaridad internacional es valiosa, sí, pero cuando se convierte en pretexto para descuidar la casa propia, no es más que una irresponsabilidad disfrazada de compromiso.
La pregunta es dura, pero inevitable: ¿de qué sirve gritar por Palestina mientras Aguililla sigue secuestrada por los cárteles? ¿Qué sentido tiene cerrar avenidas en Morelia si las carreteras estatales ya están bloqueadas por la delincuencia organizada? ¿A quién beneficia este teatro de la “resistencia”?
Epílogo
Si de verdad los “solidarios” quieren practicar internacionalismo, que empiecen por liberar a Michoacán de sus propios verdugos. Mientras tanto, suena más coherente: “Primero nuestra casa, luego el mundo”. Pero claro, eso no vende ni en Twitter, ni en TikTok, ni en las asambleas donde aplauden consignas importadas.
Así que enhorabuena: Palestina sigue igual, Michoacán peor, y los manifestantes felices porque lograron salir en la foto de portada. Todo un éxito revolucionario.




