Presidencialismo digital

Por: Diego Donaldo Chávez Palmerín/ El Último Llamado

México ya no se gobierna solo desde Palacio Nacional (o Palnque) , sino desde la pantalla de un celular. La política dejó de ser una disputa en el Congreso o en la plaza pública, hoy se juega en las tendencias, en los hashtags, en los videos que se viralizan más que las iniciativas de ley.

El presidencialismo digital no necesita mayorías aplastantes ni discursos de dos horas, hoy necesita segundos bien editados, frases diseñadas para el algoritmo y un ejército de replicadores que ocupan el espacio del debate con la fuerza del ruido.

El PRI entendió en su momento el poder de la televisión, un noticiero bastaba para imponer la narrativa de todo un país. López Obrador perfeccionó la fórmula con las mañaneras transmitidas en vivo, donde convirtió al Presidente en influencer político. Y ahora, el gobierno actual administra la conversación nacional con las lógicas del algoritmo, lo que importa no es la verdad, sino la visibilidad.

Pero el presidencialismo digital ya no depende solo de redes sociales. Ahora entra en escena la inteligencia artificial, capaz de moldear discursos, manipular imágenes y simular voces.

La política no solo compite con el algoritmo, sino con realidades fabricadas que pueden desdibujar el debate democrático. Lo que antes era propaganda hoy puede ser deepfake, y lo que antes era movilización real, hoy puede ser una legión de cuentas automatizadas maximisando un mensaje oficial. En este nuevo escenario, la pregunta no es quién controla la narrativa, sino quién controla la tecnología que la produce.

Las consecuencias son claras, los temas de fondo desaparecen, las crisis se diluyen, y la oposición queda reducida a reaccionar tarde y mal a una conversación que ya fue manipulada horas antes. El poder digital no convence, arrasa, no construye consensos, anula matices y no necesita explicar, solo repetir hasta volver incuestionable.

El peligro no es menor. La democracia, que se suponía debía basarse en pluralidad y diálogo, se vuelve rehén de pocas personas.Lo que debería servir de contrapeso ciudadano se transforma en una caja de resonancia oficial.

La política mexicana corre el riesgo de ser gobernada no por instituciones, sino por tendencias y simulaciones digitales, y hoy la democracia no puede reducirse a un algoritmo ni a un deepfake, necesita contrapesos reales, voces auténticas y miles de ciudadanos que no se conformen con lo que la pantalla decide mostrar.

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