Por Hugo Gama
La inteligencia artificial ya forma parte de la cotidianidad de las personas, se ha convertido en una herramienta que facilita tareas, los alumnos, los docentes, las empresas, los mercados y diversos profesionistas usan la tecnología para realizar sus actividades, pero su uso dista de tener una regulación adecuada.
La IA no es ajena al derecho, al litigio y a la impartición de justicia, esta herramienta tecnológica poco a poco está realizando tareas de organización en el mundo jurídico: compilaciones, gestión de documentos, datos de hechos, noticias y generando resumen o análisis de esa información.
Dicha tecnología funciona mediante algoritmos de autoaprendizaje, que tiene como objetivo facilitar el tratamiento de la información, como gestor y administrador, pero todo apunta a que en un futuro no lejano podría resolver conflictos mediante la mediación o sentencias; de ahí nace la interrogante desde el punto de vista ético y profesional de resolver los casos con la IA o continuar resolviendo con la capacidad, inteligencia, conocimiento, racionalidad y sensibilidad humana, y que la IA solo sea una facilitadora.
El uso de esta tecnología requiere de la mayor responsabilidad y profesionalismo por parte de los abogados postulantes y de los operadores jurisdiccionales; aunque la IA ayuda a organizar y sistematizar datos, de igual manera se usa con otros fines, por eso siempre debe existir la intervención humana para analizar su autenticidad, esto lo digo porque es común ver en redes sociales, imágenes, audios, videos o información falsa creada por la propia IA, y que podría o son usadas como medios de convicción dentro de un juicio civil, familiar, mercantil o criminal, lo que obliga también a contar con peritos especializados para revisar si son reales o no, ya que sin ello se puede afectar sustancialmente un juicio y transgredir los derechos de alguna de las partes.
La academia, universidades, organizaciones como la UNESCO, instituciones públicas y colectivos han estado estudiando la IA en el mundo jurídico, han visualizado las ventajas y los riesgos, y hasta este momento coinciden en la necesidad de teorizar, capacitarse e ir legislando su uso, así como estar conscientes del fortalecimiento ético de quienes usen esas tecnologías; de igual manera, existe la coincidencia de que no se puede sustituir la capacidad y sensibilidad del ser humano para resolver o dictar una sentencia, porque indudablemente se requiere de su valoración para llegar a una conclusión real.