Diego Chávez Palmerín, columna El Último Llamado
Durante el Porfiriato en México, la concentración del poder en manos de Porfirio Díaz marcó un régimen donde las instituciones quedaron subordinadas a su voluntad. La Constitución de 1857 establecía la independencia de la Suprema Corte de Justicia, pero en la práctica, Díaz manipulaba esa independencia. La designación de presidentes de la Corte no era técnica ni imparcial: Díaz elegía a quienes le servían, asegurando que la justicia funcionara a su favor. El presidente de la Suprema Corte, en ausencia del mandatario, cumplía funciones presidenciales, lo que convertía ese cargo en una herramienta de control político, facilitando que las decisiones judiciales favorecieran los intereses del régimen autoritario, debilitando la separación de poderes.
El ejemplo de Díaz demuestra cómo el control sobre los tribunales puede convertirse en un mecanismo de perpetuación del poder, no en un baluarte de justicia imparcial. La justicia dejó de ser un instrumento de balances y pasó a ser uno de dominación política.
En la actualidad, ese patrón parece repetirse en México con la reciente elección de ministros de la Suprema Corte bajo la administración de Claudia Sheinbaum. La percepción de que estos nombramientos responden a una estrategia para consolidar el control del Poder Ejecutivo ha crecido, alimentando la crítica de que la independencia judicial está en riesgo.
Lejos de fortalecer la autonomía del Poder Judicial, esas decisiones parecen encaminadas a mantener a los jueces y ministros al servicio del poder en funciones políticas, debilitando aún más los contrapesos democráticos.
Este escenario nos hace reflexionar: en la historia y en el presente, la concentración del poder en una sola figura o grupo amenaza seriamente nuestras instituciones. La historia del Porfiriato y ahora estas recientes nombramientos advierten sobre los peligros de que la justicia sirva a intereses políticos en lugar de a la nación. La independencia del Poder Judicial es una garantía fundamental para la democracia y el Estado de Derecho, y debemos vigilar que no se vuelva un instrumento al servicio de un solo poder.




