Por: Jaime Darío Oseguera Méndez
La Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha iniciado con altos niveles de popularidad su mandato. Sería una ironía decir que inició con el pie derecho el segundo gobierno de izquierda de los años recientes pero si, hay grandes expectativas en su mandato.
La popularidad de una administración tiene que ver con muchos factores. El inicio siempre es uno de los mejores momentos, porque la esperanza está a flor de piel. Es el escenario de los buenos deseos, proyectos nuevos. No hay forma de echarle la culpa a los que van llegando y los que van saliendo, ya se fueron.
La Presidenta Sheinbaum además llega con un altísimo nivel de legitimidad. Nadie en la historia del país había sido electo con 35 millones de votos en la Presidencia de la República. Eso lo sabe su equipo y en realidad será un gran desafío mantener esos números.
Por lo pronto el inicio le ha sido positivo. Presentó lo que se ha denominado los “Cien Compromisos” de su gobierno que seguramente aumentará de manera significativa su aceptación porque se trata de una lista bastante clara sobre las buenas intenciones de su gobierno. Es la luna de miel.
Se trata de frases e intenciones más que políticas públicas específicas. El gobierno tendrá éxito en la medida en que los buenos deseos se materialicen en políticas para el desarrollo. Ahora viene la parte práctica, crear, chocar con la realidad y el bolsillo. En pocas palabras hay que ver cómo se van a hacer las cosas.
De entrada es alentador que la legitimidad del nuevo gobierno esté acompañada de la energía suficiente para llevar al cabo la pretendida transformación. Hay cosas que si no se hacen desde el inicio, toman una inercia negativa y no se recomponen.
Llaman la atención varios asuntos. Hay un énfasis permanente en el respeto a los derechos. Esa ha sido la crítica que los opositores a la Cuarta Transformación han realizado recurrentemente. Ese señalamiento de que en cualquier momento se convertirán en un gobierno autoritario, queda muy claramente cancelado en el discurso de la Presidenta.
Lo dice de entrada en el punto número cuatro de los cien compromisos: “Garantizaremos todas las libertades: la de expresión, de prensa, de reunión, de movilización. La libertad es un principio democrático, se respetarán los derechos humanos y nunca usaremos la fuerza del Estado para reprimir al pueblo de México.”
Lo anterior junto con el respeto a la libertad religiosa pone puntos finales a la discusión sobre un eventual radicalismo anti religioso del gobierno que, a decir verdad no ha existido.
Este asunto va acompañado de una declaración importante: el respeto a la propiedad privada. Los adversarios de la Cuarta Transformación han insistido en la especulación de que un objetivo del nuevo régimen será la expropiación y nacionalización de la propiedad privada o de al menos alguna parte de ésta.
No parece ser el momento de una decisión de esa naturaleza como sucedió en Venezuela. Ni siquiera con respecto de las grandes empresas, menos a los particulares con sus casas. No está en la agenda pero en el discurso de toma de posesión, la Presidenta lanzó un mensaje dirigido a los grandes capitales: sus inversiones están seguras en México.
Lo anterior ha mantenido estable el tipo de cambio, el movimiento de la bolsa y, al parecer, seguirá habiendo algún flujo de inversión extranjera hacia el país. México sigue siendo atractivo para invertir.
En este aspecto, el nuevo gobierno lanza a los inversionistas y al sector privado la promesa de respetar la autonomía del Banco de México garantizando un equilibrio razonable entre deuda y Producto Interno Bruto. Es la clave y el desafío histórico para la economía mixta.
La economía es el centro del desarrollo de un país. No se puede repartir lo que no existe. Ese será el gran debate y desafío del próximo gobierno: hacer crecer la economía.
Hay un ambicioso programa de infraestructura con base en la inversión pública en trenes, carreteras, caminos, puertos y aeropuertos. Suena bien. La inversión del gobierno, cíclicamente es un detonante para el crecimiento económico, siempre que se cumplan al menos otras dos condiciones: que no crezca el endeudamiento a niveles insostenibles y que no elimine los espacios de participación del sector privado, principalmente en algunos sectores de interés de los particulares.
La Presidenta Sheinbaum ofreció mantener la austeridad junto con la disciplina financiera y fiscal. No existe señalamiento específico sobre no aumentar impuestos. Este será el gran dilema. Lo que si contiene el programa, es el objetivo de facilitar el pago de impuestos, trámites y servicios, “crearemos el programa de reducción y digitalización de trámites más grandes de nuestra historia”.
Ofreció que no habrá aumento en la gasolina, el diesel, la electricidad y el gas doméstico. Para hacer lo anterior sin aumentar impuestos, seguramente tendrá que subir sustantivamente la recaudación.
En particular llama la atención lo relativo a la estrategia de seguridad. En este momento es el principal problema que perciben los mexicanos de todas las zonas y niveles de ingreso. Son cuatro ejes que delineó de manera general: atención a las causas; fortalecimiento de la Guardia Nacional; inteligencia e investigación, y coordinación.
A diferencia de López Obrador con su estrategia de los abrazos y no balazos, el nuevo gobierno tiene un especialista como Secretario de seguridad pública. El gran reto es que funcione el esquema de coordinación entre el ejercito, la guardia nacional con las corporaciones de seguridad pública principalmente las estatales y municipales.
La aspiración inmediata será que bajen los niveles de violencia medida a través de la disminución de los homicidios dolosos, que están en sus niveles históricamente más altos.
Es el inicio de una nueva era. No deberá prevalecer el escepticismo ni el candor excesivos. Ojalá le vaya bien a la Presidenta, así le irá bien a México.