Por: Elizabeth Juárez Cordero
Sí como se ha dicho esta semana queda aprobada la reforma al poder judicial en la Cámara de Senadores, ya no habrá lugar a duda, que la oposición política habrá quedado diluida, no sólo en la capacidad de obtención del voto, sino también en el ejercicio de la representación política, en la posibilidad de que, cuando menos en los próximos tres años puedan ser un contrapeso a las intenciones de la presidenta Claudia Sheinbaum y su coalición gobernante. Pues aun cuando el proceso de reforma constitucional continuará en los congresos locales, la mayoría morenista en estos órganos representativos, sólo será la confirmación del giro de tuercas hacia un nuevo régimen político, y con éste, una reconfiguración del poder público, de implicaciones aún difíciles de predecir.
Sin embargo, este reacomodo político, no sólo responderá a un cambio de las reglas constitucionales, de distribución y ejercicio del poder, es decir en lo formal, sino que trastoca por entero el fenómeno del poder, en la práctica, tanto como en la forma de interpretarlo y explicarlo; desde el punto de vista de los estudiosos del poder, el momento actual es fascinante porque propicia la construcción de explicaciones bajo referencias, esquemas y concepciones distintas.
Aunque lo más visible esté ocurriendo en la cara más diáfana del Estado, en sus normas constitucionales, como en el diseño institucional, al modificar la integración del poder judicial como la permanencia de órganos autónomos, esto sólo se explica porque previamente tuvo lugar una ruptura del sistema político, el mismo que heredemos del proceso de transición democrática, que no modificó las reglas no escritas del poder público; por lo tanto esos controles situados en las normas y las instituciones, estarán trasladándose a otro lado, en otras manos y reglas e incentivos distintos, hasta ahora concentrados en el partido mayoritario y el poder presidencial, de quien está a punto de concluir su mandato.
Por lo tanto, eso que no cambió la transición democrática; las reglas no escritas del poder, que permitieron la coexistencia de un modelo formal, plural, representativo, de equilibrio de poderes hacia afuera, pero al interior, de un sistema político de arreglos y entendidos entre las cúpulas partidistas, poderes económicos y el ejercicio simulado de complicidades y acuerdos complacientes; está mutando ya, hacía el replanteamiento de un nuevo sistema político, que invariablemente altera otras variables como el sistema de partidos y con ello, las reglas de acceso al poder, es decir, el sistema electoral.
Del mismo modo que, así como el proceso de alternancia política decantó en un modelo de sistema de partidos de dos y medio, al no concentrar en una sola fuerza el ejercicio del poder, permitiendo una rotación más o menos conveniente para la clase política, reflejada en una distribución del poder tanto horizontal en los poderes del Estado, como de manera vertical, entre estados y municipios, con un alto grado de independencia y no sometimiento a la figura presidencial; el contexto actual parecer virar a un modelo de partido dominante.
Por ello, aunque trascendental la inminente reforma al poder judicial, por lo que respecta a al diseño y reglas del modelo de democracia constitucional, que si por sí mismo son clave para en entender el funcionamiento del Estado, también en lo político, que no sólo son reglas, aunque ello escape a la visiones juridicistas, están teniendo lugar otra serie de cambios, en la caja negra del sistema político, como en el sistema de partidos, y que no corresponde meramente al número de partidos existentes, sino de aquellos con posibilidades reales de disputarse el poder público e incidir en la toma de decisiones.
Y al menos hasta hoy, de confirmarse la reforma constitucional al poder judicial en el Senado, sólo es uno, y es Morena, pues más allá de sus partidos circundantes que dan vida a la coalición gobernante, es el partido del presidente, que en una suerte de “partido atrapa todo” se ha configurado como la única vía segura de acceso y permanencia del poder político, en ello y no otra cosa, se explican las conversiones al morenismo, las de antes y las más recientes.
Los días y años próximos, no se antojan menos sugerentes, a este momento, muy probablemente le seguirá la modificación del sistema electoral y la reconfiguración de los poderes locales, y que más pronto que tarde, a la velocidad e intensidad con la que se ha situado el cambio político, también estaremos atestiguando un nuevo entendimiento político entre la periferia y el centro, con un adicional, que suele perderse de vista, la presencia de élites y cacicazgos políticos y económicas locales, lícitos e ilícitos, que en mayor o menor medida determinan también el ejercicio del poder a lo largo del territorio nacional.