Por: Jaime Darío Oseguera Méndez
Conmemorar el Día Internacional de la Mujer 8M, cumple de cierta forma el objetivo por el que fue instituida tal referencia: hacer visible la sociedad inequitativa a partir de la manera en que nos relacionamos las mujeres y los hombres. No está mal hacerlo un día, pero debería ser una dinámica permanente.
Las políticas públicas en materia de género o mejor dicho, las referidas a combatir las diferencias entre los sexos, están tradicionalmente enfocadas a las consecuencias de los actos, símbolos, rituales, roles y acciones de poder que cotidianamente se suceden entre mujeres y hombres.
Ha cambiado sustantivamente la perspectiva política en este tema. Todavía no es suficiente. Apenas pasa el Día de la Mujer 8M y los tomadores de decisiones vuelven a sus agendas saturadas de otras cosas que hacer; se olvidan los compromisos, cambian los discursos, regresa la indiferencia. Aunque no se justifiquen, por eso surgen las manifestaciones de violencia
La insuficiencia de las políticas de género consiste en que se detienen en el diagnóstico y no se adelantan a lo previsible. No están diseñadas para prevenir sino apenas para decir que se quiere corregir. No atacan el fondo: la transformación de los roles de género y la división del trabajo en la vida cotidiana.
Esto solo provoca que se estabilice la desigualdad. Se regulariza.
Es muy claro que en una sociedad como la nuestra el machismo se encuentra arraigado en los actos, símbolos y rituales, que lo terminan padeciendo mujeres y hombres, aunque son notablemente más violentos contra las mujeres. Hacerlo visible es apenas un primer escalón para erradicarlo.
Aunque las diferencias persisten y son muy marcadas, los últimos años han puesto el problema de la violencia de género en la agenda política, económica y social de todos los países, lo que ha provocado cambios notables aunque insuficientes.
Vuelvo a citar a Marina Castañeda y su libro de referencia obligada “El machismo invisible” para recordar que “el machismo no es atributo individual en los hombres sino una forma de relacionarse que implica y afecta a todo el mundo.”
Si hay avances en algunos ámbitos pero hacen evidentes los problemas. Los roles siguen siendo los mismos y en algunos casos se acentúan los mecanismos de desigualdad. Por ejemplo, en la actualidad hay más mujeres integradas al mercado de trabajo que en las décadas anteriores, aunque es notable la diferencia salarial entre ambos.
El trabajo informal está plagado de mujeres sin pago, ni prestaciones ni nada. Y en muchos lugares de nuestro país, la informalidad es la fuente central de los ingresos precarios para las familias.
Se ha documentado la mayor integración de mujeres en cargos directivos de grandes empresas pero sigue siendo un porcentaje menor. Esto sucede incluso a nivel mundial. Basta ver quienes presiden los grandes corporativos multinacionales de las principales industrias.
Hacer visible un día al año el problema de una sociedad desigual a partir del sexo de cada quien, no es una mala idea pero debería ser algo más constante. No sólo se trata de una mayor protección a las mujeres sino de eliminar las prácticas, formales e informales, institucionales y domésticas que generan la violencia por el hecho de ser mujeres.
Cada vez se tolera menos la violencia contra las mujeres pero sigue existiendo y en algunos casos se han evidenciado formas más refinadas. Si hay más conciencia y hay fiscalías especializadas o programas de atención, pero el problema no disminuye; cada día hay más muertas. Pesa decirlo porque va en contra del discurso de los buenos resultados; simplemente es real.
El otro gran tema es el elevado costo económico que tienen las expresiones de machismo en nuestra sociedad de lo cual en realidad no hay un estudio serio.
La preeminencia o el dominio de lo masculino en materia laboral, familiar, sexual, educativa, de procreación, afectiva, social, económica, etc. se produce a partir de prácticas que están situadas en un tiempo y espacio determinados. Es decir, no siempre ha sido las mismas. Son susceptibles de cambio.
La relación entre hombres y mujeres está determinada socio culturalmente. Puede ser diferente de un país a otro, o de una comunidad a otra o de una familia a otra. Por lo tanto es susceptible de cambio. Me parece que ese es el botón que debemos apretar: los mecanismos para que la desigualdad a partir del sexo no sea el distintivo de nuestras sociedades.
Por eso hoy también se habla de las masculinidades que son las formas de relación entre individuos, sean hombres o mujeres, libres de clichés o estereotipos.
El asunto, como en muchos otros problemas bien diagnosticados es que no está muy claro el qué hacer, lo que sigue.
En el Glosario para la Igualdad que difunde el INMUJERES, hay una serie de planteamientos cotidianos para transformar en los hechos esta relación desigual. Son diez puntos que se deben difundir y privilegiar en el activismo sobre el tema: la manera de ir transformando la relación entre hombres y mujeres para hacerla más equitativa. Lo demás es protagonismo.
1.- No utilizar el poder para imponerse sobre otros.
2.- Luchar porque los hombres y las mujeres puedan disfrutar del trabajo y del hogar por igual.
3.- Compartir las labores domésticas y el cuidado de los hijos e hijas.
4.- Agruparse entre hombres para plantear cambios en sus actitudes convencionales.
5.- Promover la no violencia de sus hijas e hijos y en otros hombres.
6.- Oponerse al machismo reconocer las consecuencias negativas que este ha traído a sus relaciones interpersonales.
7.- Dejar de ver amenazada la masculinidad por expresar sus emociones o compartir la promoción de los derechos de las mujeres.
8.- No considerar la homosexualidad como un peligro para su masculinidad.
9.- Rechazar la educación sexista y homofób para los hijos e hijas.
10.- Buscar que sus hijos, desde la temprana desarrollen una masculinidad libre de estereotipos y de violencia.
Ahí está la tarea. Hay que hacerla.