Por: Leovigildo González
Cuanajo, una tenencia de Pátzcuaro con más de diez mil habitantes tiene una forma particular de celebrar la noche de muertos, es entre fiesta, rezos, tequila y comida.
Ahí, no se va a las tumbas, a quienes murieron en el último año se les instala un altar y ofrendas en dónde vivieron, con fotografías, será el sitio en qué las ánimas regresen y convivan con los vivos.
Ese lugar es conocido por sus muebles de madera, ahí hay grandes carpinteros, y la tradición es que se elaboren caballitos de madera, que serán los que carguen las ofrendas.
El caballito de madera, es el vehículo para que las ánimas regresen con toda la ofrenda que les dieron, les cargan de todo, fruta, refresco e incluso comida.
Este año, «Mamá Casimira» tuvo su altar, al frente dos fotografías, una de joven y otra de abuelita, a las 10 de la noche, ya tenía cuatro caballitos en su altar, sus familiares y vecinos, esperaban su llegada con música, fiesta y rezos.
No hay llantos, tampoco dolor, la noche de muertos es señal de fiesta.