Por: Jaime Darío Oseguera
En ningún país del mundo más que en Estados Unidos, los padres de niños de primaria, viven con la zozobra de que sus hijos sean asesinados en su propia escuela frente a sus compañeros, en compañía de sus maestros y ante la política complaciente de sus gobernantes que no toman las decisiones adecuadas para evitar estas tragedias.
La masacre de seres humanos es la peor pérdida para cualquier sociedad. Se convierte en la negación de la comunidad, su antítesis. Los individuos racionales podemos calcular que conviene más vivir juntos, que cada quien en su propio estado de naturaleza.
Establecer la comunidad es un decisión voluntaria, que adoptamos por conveniencia. En teoría, al individuo le resulta más útil el acuerdo que el conflicto.
En esta visión Hobbesiana que por coincidencia leímos este lunes con mis alumnos de Maestría en Derecho, los individuos egoístas, competitivos, sedientos de honor y gloria, deciden salir del estado de naturaleza evitando vivir bajo la ley de la selva, donde el pez más grande se come al más pequeño. Al decidir unirse al contrato, igual que todos sus pares, el individuo cede su libertad y se subordina a la voluntad general. Surge el Estado con la finalidad de proveer al individuo de garantías. Es la primer finalidad de la vida en colectivo: la protección.
El gobierno recibe la representación de la voluntad colectiva y es el responsable de cuidar la sus integrantes. Si no lo hace, no sirve. Al fallar, se niega a sí mismo. Así que no podemos hablar de una sociedad desarrollada mientras en las escuelas los niños sean acribillados; donde el miedo se apodera de la parte más valiosa que es su juventud.
En lo que va del año ha habido más de doscientos tiroteos masivos. El de esta semana es igual de absurdo, inexplicable. Un joven de 18 años que es propietario de al menos dos rifles de asalto mató a dos docenas de inocentes en una escuela.
Esto sucede en los Estados Unidos, el emblema del capitalismo y el industrialismo justamente porque no existe control de armas.
La industria armamentista y las asociaciones que los respaldan políticamente son muy poderosas porque aportan grandes cantidades de dinero para la elección de los representantes populares. Allá es el dinero privado el motor de los triunfos electorales.
Su cabildeo permite que en muchos estados de la Unión Americana, sea posible la venta masiva de armas a quienes así lo soliciten. Basta identificarse y pagar.
Por eso está inundado el país de armas en las casas y las calles. El argumento está a debate: es aceptable que los individuos tengan armas en sus casas para defenderse de cualquier amenaza.
En la médula de esa sociedad, vemos la idea de que el individuo no espera que el gobierno lo defienda. Los ciudadanos pueden tener armas para ejerce su legitima defensa. Este razonamiento suena bastante atractivo, más en países como el nuestro donde nadie parece defender a nadie y las amenazas de la delincuencia son cada vez mayores, y ha prevalecido por décadas en los Estados Unidos. Hoy vemos las consecuencias.
La explicación que dan los sectores más conservadores, agrupados en el Partido Republicano, es que debe haber aún más armas en las casas, en las escuelas, en la policía, entre los maestros, en los negocios, para defenderse de cualquier ataque. El resultado es evidente y lamentable: proliferan las armas con las que luego se suscitan este tipo de tragedias.
Más lamentable es el hecho de que algunos de estos crímenes, se encuentren alimentados por el odio racial que es un componente que aparece en los más trágicos sucesos de este año. Son perpetrados en barrios marginales, donde viven emblemáticamente las minorías y donde mueren más mujeres. En varios casos se trata de asesinos que se jactan de defender la supremacía blanca.
Los activistas en contra de la proliferación de armas han dicho que hay más armas que personas en Estados Unidos. Además los controles para su obtención son laxos y sin mayores restricciones para su compra y uso; sin supervisión. Algunos de los asesinos en estos lamentables eventos, habrían comprado las armas de manera legal. El promedio de edad en los tiradores es de 18 años.
Según el sitio “Gun Violence Archive” este año se han reportado y verificado más de doscientos tiroteos masivos en Estados Unidos, lo que representa un aumento significativo en los homicidios violentos y suicidios en particular de adolescentes.
Obviamente la poderosa Asociación Nacional del Rifle que auspicia a muchos de los Congresistas de Estados Unidos, no permitirá que restricciones a la venta masiva de armas. Se les acaba el negocio.
Es más probable que aumente la cantidad de armas a que la industria tan lucrativa ceda en su cabildeo. Las cifras son impresionantes. El Washington Post publicó esta semana que en Estados Unidos hay 120 armas por cada cien habitantes. Si lo comparamos con otros países, en segundo lugar viene suiza con 43, en Suecia la cifra es de 23 armas por centenar de población y si comparamos otros países desarrollados, tenemos que en Bélgica solo se tienen registradas 7.6 armas; en Inglaterra 5, en Singapur solo 0.3 y en Japón 0.2, es decir menos de una arma por cada cien habitantes.
El lugar común de nuestras explicaciones, justifican que aquella es una sociedad con menos integración familiar, mas individualista y por lo mismo poco solidaria. Jactanciosamente decimos que tienen otros valores. Lo cierto que allá pasa en las escuelas pero aquí esta sucediendo en las calles. Cuidado porque no estamos lejos.
Todos los días suceden tiroteos y frecuentemente masacres. El origen es el mismo: no hay control de armas y por todos lados andan circulando las que vienen fundamentalmente de nuestros vecinos.
No se allá que va a suceder, pero aquí tendremos que hacer algo y pronto, antes de seguirlo lamentando.