Por: Ar Mendoza
Los medios de comunicación masivos vuelven a ser protagonistas del humilde comentario de este “escribidor”. Pareciera que últimamente son éstos los actores principales dentro de la obra de teatro llamada vida. Pero todo tiene un porqué y una razón implícita dentro de los continuos actos de violencia que padecemos a nivel mundial. Nada sucede por casualidad, sino por causalidad.
Los mass media, a lo largo de la historia, nos han intentado vender un modelo de vida “perfecto”, donde la máxima expectativa sea conducir un Tesla, comprar experiencias en tiendas de café, llevar en la muñeca un reloj de más de 500 mil pesos, lucir una figura torneada como las estrellas de cine o vivir la vida loca como un rockstar.
Sin embargo, existe una gran brecha económica y una inequitativa repartición de la riqueza a nivel mundial que sólo permite a unos cuantos tener acceso a esos bienes de consumo. Sin embargo, no sólo se trata de dichos recursos. En países tercermundistas como lo son los latinoamericanos, donde años de malos gobiernos han esbozado modelos económicos que hacen más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, han detonado una tremenda inseguridad por alcanzar las “metas” que nos vende la publicidad a través de la TV, el cine o las redes sociales.
“Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos”, decía Tyler Durden, personaje interpretado por Brad Pitt en el épico filme del “Club de la Pelea”, lo que aplica directamente a un país como México, en donde generalmente no se hace lo que se quiere, sino lo que se puede. Lo anterior, debido a la falta de oportunidades que existen en el mundo laboral.
En Michoacán hemos vivido un clima de inseguridad en las últimas décadas; las estrategias han sido diferentes con el devenir de los años y de los gobiernos, sin embargo, pareciera una epidemia que no tiene fin y que no cesará hasta atacar el problema desde la raíz, con un cambio significativo en torno a la educación, la cultura y al régimen político y económico.
Es por eso que vivimos en un mundo irreal, donde los gobiernos defienden más a un monumento que a una vida. Como dijera V, en V de Venganza; “el edificio es un símbolo. El acto de destruirlo también. El pueblo da poder a los símbolos. Solo, un símbolo no significa nada, pero con bastante gente, volar un edificio puede cambiar el mundo”.
La realidad es cruda, el pobre no es pobre porque quiere, sino porque no existe una igualdad de oportunidades, puesto que el optimismo es el opio de los pueblos.
Lo anterior, sumado a la carencia de políticas públicas con perspectiva de combate a la pobreza, medios de comunicación que alientan el consumo innecesario e incitan a la violencia desde diferentes aristas, así como gobiernos que poco o nada suman al bienestar social; dan como resultado la violencia magnificada y por ende la descomposición del tejido social.