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Por Adán García
Conocí a Mauricio Estrada siendo reportero de policiacas. Laboraba en La Opinión de Apatzingán, localidad que ha sido históricamente una plaza en disputa del crimen organizado, lo que incrementa exponencialmente, como en otros puntos del territorio michoacano y de México, el peligro para ejercer el periodismo.
Era Mauricio un reportero audaz y arriesgado, como muchos otros a quienes “ganar la nota” y marcar agenda con sus coberturas, los coloca frecuentemente en una situación de alto riesgo.
Como corresponsal de Reforma fui varias veces a cubrir hechos de violencia en esa región de la Tierra Caliente, pero entraba y salía. Vivir ahí, para un reportero, comunicador o periodista, es totalmente distinto. Es un albur permanente. Una ruleta rusa para quien osa asomarse a una cobertura sobre la batalla que libran los cárteles.
Mauricio lo sabía, y lo que le sucedió solamente él lo conoce. Desapareció un 12 de febrero del 2008, ahí en Apatzingán, y nunca más fue encontrado.
Lo mismo ocurrió con José Antonio García Apac, “El Chino”, quien daba las noticias como director del impreso Ecos de la Cuenca, en otra zona también sacudida por la presencia del narcotráfico: Tepalcatepec. Se le vio por última vez un 12 de febrero del 2006.
Mauricio y “El Chino” fueron el inicio de una cruda espiral de violencia que se desató en contra de quienes ejercen la actividad periodística en Michoacán, con mayor intensidad entre los años 2006 y 2010, cuando el cártel de La Familia Michoacana saltó a la escena y rápidamente se posicionó como el grupo hegemónico y dominante de todos los territorios. Sometió a grupos rivales… y también a los gobiernos locales y estatales.
“No se calla la verdad matando periodistas”, es una frase que, a la luz de los hechos, se ha reducido sólo a retórica. El asesinato de periodistas sí ha callado en muchos momentos la verdad. La ha silenciado porque el pago de no hacerlo es la vida. Y si no, preguntemos a los colegas de Mauricio o de “El Chino”.
Preguntemos a quienes hacen periodismo de campo, a los que se arriesgan, a los que ponen por delante su integridad en las coberturas que realizan.
Y ejemplos hay muchos. Ahí están María Esther Aguilar Casimbe, reportera de Cambio de Michoacán, desaparecida el 11 de noviembre del 2009, justo después de haber dado cobertura al aseguramiento de un rancho vinculado al crimen organizado en los límites de Michoacán y Jalisco.
Ahí está Ramón Ángeles Zalpa, también de Cambio de Michoacán y quien desapareció el 7 de abril del 2010 en Paracho. O Jaime Arturo Olvera Bravo, fotógrafo de La Voz de Michoacán, asesinado en Apatzingán el 9 de marzo del 2006; o Gerardo García Pimentel, a quien sicarios lo siguieron hasta darle muerte a balazos cuando laboraba en La Opinión de Michoacán, un 8 de diciembre del 2007.
Y la lista sigue: Juan Pablo Solís, asesinado en Tuxpan; Miguel Ángel Villagómez, privado de la vida el 9 de octubre del 2008 en Lázaro Cárdenas; Hugo Alfredo Olivera Cartas, muerto el 6 de julio del 2010 en Apatzingán; Fidel Ávila Gómez, levantado el 29 de noviembre en Huetamo y su cuerpo hallado sin vida el 8 de enero del 2020; o Luis Eduardo Ochoa Aguilar, abatido de un balazo en la cabeza, el 3 de agosto del 2020.
Ahí está mi amigo Abraham Mendoza, un maestro de la conducción en radio y televisión, crítico, agudo, y quien cuando se encontraba en una pausa de su profesión fue ejecutado de varios balazos a plena luz del día en la principal avenida de Morelia, el 19 de julio del 2021.
Por ellos, y por todos los 102 periodistas asesinados en el país, del 2010 a la fecha – según el conteo que lleva Artículo 19 -, mi admiración y respeto a quienes siguen arriesgándose por dar la noticia en medio de un clima hostil, que en cualquier momento los coloca como objetivo de un atentado ante la ausencia de garantías para desempeñar su labor.
Peor aún, ante un entorno en el que, si una periodista llega con una muerte anunciada hasta, la que es hoy, la máxima tribuna del país en Palacio Nacional, y no mueve nada para ser protegida. Lourdes Mendoza terminó finalmente siendo asesinada de un balazo en la cabeza, esta semana en Tijuana.
La exigencia de justicia retumba ya a nivel nacional, y la pregunta ahora es ¿llegará esa justicia? La experiencia del centenar de crímenes que le anteceden a Lourdes son la respuesta.
Cintillo
Julieta López, ex coordinadora de Comunicación Social en Michoacán, llegó como refuerzo al equipo del Gobernador de Nuevo León, Samuel García, quien, con su esposa Mariana, han jalado fuertemente marca mediática y ya hay quienes los colocan en la carrera del 2024. Julieta será su operadora de medios.