Por: Melissa Pérez-Segnini
“Melissa, explícame cómo es la movida para cruzar de México a Estados Unidos”.
Durante el año recibí por lo menos 15 mensajes de WhatsApp parecidos de parte de amigos y conocidos venezolanos.
Este viernes, la Secretaría de Gobernación publicó el proyecto de acuerdo para imponer una visa a los oriundos del país caribeño, que estará por tiempo indefinido y entrará en vigor 15 días después de que se publique en el Diario Oficial de la Federación (DOF).
Desde el punto de vista político, inmediatamente se han generado hipótesis como que la orden viene de Estados Unidos y que México le hace el trabajo al vecino país.
Sin embargo, como venezolana y mexicana, mi análisis primero se va hacia la crisis humanitaria.
Por una parte, es difícil ver que las puertas se nos cierran cada vez en más países latinoamericanos, cuando Venezuela en sus años pujantes recibió sin condiciones a migrantes de esta región y todas partes del mundo.
No existe venezolano que no haya ido a la panadería del portugués, a comprar sofás en la tienda del árabe, a hacerse un traje con el sastre italiano, a cortarse el cabello con el colombiano o a comerse una paella en el restaurante del español. Somos tierra de migrantes y muchos somos hijos y nietos de ellos.
Ahora que el juego se volteó, también a nosotros nos voltearon la cara.
La bola de nieve inició en 2018, aproximadamente, cuando primero Ecuador decidió pedirnos visa, después Panamá, Perú, Chile, República Dominicana, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala.
Por otro lado, el Instituto Nacional de Migración reportó que este año fueron detenidos 2 mil 228 venezolanos con estancia irregular en México, y tal movilidad ha traído consigo situaciones como el tráfico de migrantes e incluso la trata de personas.
Desde hace unos cinco meses, por lo menos, en las cuentas de memes e información sobre Venezuela en las redes sociales han proliferado los videos de venezolanos pisando suelo americano, envueltos en lágrimas. Bebés, niños, adultos, ancianos…
A mis amigos les dije que no lo hicieran.
Culturalmente, el venezolano es muy soñador y a veces peca de creer que se lo merece todo sin seguir las normas, en parte porque así vivimos en nuestro país: Las reglas están hechas para romperlas o corromperlas. Es costumbre, vaya…
El cuento siempre es el mismo: “Me dijeron que pague 2 mil 500 dólares, me dan comida, hospedaje, me trasladan a la frontera y me pasan por una parte bajita del río”.
Cada vez que leí esos mensajes se me removió la tristeza al observar esa forma ilusa y hasta ingenua de verlo de mis compatriotas, sin irse a investigar un poco más sobre lo que realmente implica, creyéndose las falsas promesas que les hacen sin saber lo que les espera, y si acaso llegan vivos a su destino, cómo es el proceso después de cruzar.
Pero es que es fácil ilusionarse con “el sueño americano” cuando durante 23 años solo se ha experimentado miseria, violencia, escasez, pobreza y dolor, también es complicado culparlos y no ponerse un ratico en sus zapatos.
Aunque ese no sea realmente el interés de los políticos, al mirarlo como venezolana si la visa va a impedirle a muchos que arriesguen su vida, entonces bien.
A la vez, si la visa les va a truncar la oportunidad de salir de lo duro y cruel que es vivir en Venezuela, a muchos ahora les toca hacer de tripas corazón y quedarse allá sin esperanzas de una vida normal, digna y próspera, entonces mal.
Nadie es ilegal. Somos ciudadanos del mundo.
Es agridulce opinar.