Por: Jaime Darío Oseguera Méndez
La imagen se ha apoderado de la vida pública. Somos lo que vemos. Lo que aparece o lo que aparenta, resulta más importante y poderoso que el razonamiento que busca la verdad, los hechos. La práctica de las verdades está mediatizada. Es decir, a través de medios electrónicos se nos va construyendo la realidad, misma que luego de ser aceptada, es institucionalizada y reproducida a través de la costumbre.
Se acabó el Homo Sapiens ha dicho Sartori en su interesante libro “Homo Videns”. Esto es así, porque paulatinamente se va perdiendo la capacidad de razonar, discernir y tomar decisiones u opiniones, sujetas justamente a esa racionalización.
En lugar de eso, las imágenes se nos presentan dadas, deglutadas y se introyectan fácil, en la docilidad de quien las acepta sin cuestionamientos. Lo que nos dice la televisión o los medios sociales, termina por ser nuestra realidad incuestionable.
Esto es así en casi todos los ámbitos de la vida. No se escapa la política.
Todo viene al caso porque en Quintana Roo, el próximo año habrá elecciones para renovar la gubernatura y se ha venido formando la percepción de que un actor, Roberto Palazuelos sería el candidato de la oposición de todos los partidos a Morena. Él se autodenomina “el diamante negro”. Una imagen.
El sólo hecho de que lo consideren como la alternativa es oprobioso. Sin embargo las sorpresas nos siguen rebasando y el próximo año, en las gubernaturas en juego, estará a prueba el bloque opositor del PRI, PAN, PRD para ver si pueden hacer alianzas consistentes en lo local.
No se ha dado en ningún lugar el escenario de dos bloques para la elección. Es decir, Morena contra el resto del mundo. Seguramente además de Morena y la coalición PRI-PAN-PRD, habrá expresiones independientes o locales que eviten la confrontación entre dos coaliciones, lo cual es una ventaja porque esa imagen del espectro electoral con dos partidos, a la usanza de los Estados Unidos, primero es irreal y segundo es ineficiente en una sociedad tan plural como la nuestra.
Lo que raspa es el hecho de que la coalición pretendidamente ha tomado en serio las aspiraciones del Palazuelos un histrión, un actor. Justamente es la evidencia del gran vacío por el que están pasando los partidos derivado del desprestigio enorme que enfrentan.
Él por supuesto tiene todo el derecho de participar y aspirar a cambiar de escenario con el mismo disfraz. El circo en pleno. Los dueños del espectáculo, payasos al fin, recurren a otro payaso para satisfacer el morbo de la imagen, tratando de conservar una presencia en el espectro político; sacar algunos votos para ganar muchos centavos. Ahí esta el problema, en la falta de contenido.
No es que el Palazuelos, como lo hizo Cuauhtémoc Blanco o Tinieblas con menos suerte, deban ser conculcados en su derecho de ser elegidos. Tampoco se trata de cerrar el ámbito electoral a actores diversos. Estamos en presencia de algo más delicado: la falta de contenido programático y principios en los partidos. La negación de ellos mismos: si no defienden nada, no deberían de existir.
Me parece inexplicable que entre los tres, PRI, PAN y PRD no puedan identificar académicos prestigiados, profesionistas relevantes, líderes sociales, activistas políticos, para presentar un programa político que motive a los ciudadanos.
Recurrir al circo, es el signo de que los dirigentes sólo quieren salvarse a sí mismos, buscar un mínimo de votos para entrar pluris y vivir de la administración de la eminente derrota.
En la política se participa en torno a principios. Se defiende una ideología y se milita en causas. Claro que se intenta ganar, pero en el fondo, los partidos y las personas que los representan deberían enarbolar valores, posiciones claras, trayectorias visibles para enfrentar con gallardía la elección. Aunque pierdan. En la democracia las minorías también tienen su peso.
Si algo hay que reconocer al PAN del siglo XX es la persistencia y la tenacidad para promover sus ideas y su programa. Uno puede estar o no a favor de ellas pero las defendieron como una convicción profunda. Ahora están divididos y vencidos antes de que inicie la contienda.
La búsqueda de actores, deportistas, influencers, por el hecho de que momentáneamente son famosos no es un acto ajeno a la política; siempre hay esa tentación. Y tampoco es recriminable en sí mismo Lo que la demerita es que no tienen contenido, no hay una capacidad mínima para establecer prioridades de un estado. Así la elección se vuelve un concurso de belleza, espectáculo; un circo.
Ahí está Cuauhtémoc Blanco, que ha destrozado Morelos, más que los pésimos gobernantes anteriores. No se podría esperar mucho más de alguien cuya virtud sea pegarle con el pie a la pelota.
El sólo hecho de que la coalición del PRI, PAN y PRD deje correr una especie de ese tipo y hagan saber que piensan en Palazuelos, el diamante negro, para ser su candidato, es un agravio mayúsculo para sus militantes, quienes seguramente tienen años defendiendo desde la misma asta su bandera.
Lo que sucedió en Morelos con Cuauhtémoc Blanco hace unos años o recientemente con Samuel García en Nuevo León, donde llegan ciudadanos no metidos en la política sino en la “socialité”, exhibe el cansancio y hartazgo que tienen los ciudadanos por los malos resultados de la política y los altísimos niveles de corrupción, pero no han hecho gobiernos mejores, ese es el punto.
Hay quien dice que la política es demasiado importante para dejarla en manos sólo de los políticos. Habría que agregar que mientras se sigua convirtiendo en show mediático o en un “reality”, los riesgos de desprestigio y corrupción, ineficiencia siguen siendo mayores.
El peligro es enorme y las malas consecuencias incalculables. Si la imagen sustituye al debate y la crítica no es posible en una realidad ficticia entonces muere la política o las virtudes de la buena política. Deja de ser útil.
Es su muerte moral.