De metates y molcajetes

Hay sitios humildes con chispas de magia. El pórtico esta vez huele a piedra mojada y pulida.

Además de Comonfort en Guanajuato, a un par de kilómetros del centro de la ciudad de Morelia hay una tenencia de la ciudad poco visitada y no con todos los servicios para sus habitantes y los que la visitan. San Nicolás Obispo, lugar donde los hombres y las mujeres al nacer reciben inscripción gratuita al taller artesanal que confecciona molcajetes y más mediante la manipulación de piedras volcánicas.

Con dimensiones grandes y pequeñas desde pronto sobre todo los chicos aprenden el arte de hacer utensilios de cocina con los materiales que un día fueron arrojados desde el corazón mismo del planeta.

Piedras porosas y rasposas que con cinceles y más mediante erosión se convierten en trastes donde se hace y se pone la comida. Molcajete es una palabra de origen náhuatl que significa cajete para salsa o cajete de piedra para el mole. Se entiende, pues, que éste era su inmediato uso. Una piedra cóncava con un mortero es lo que se necesita para moler diferentes verduras y especias y obtener un sabor que no es capaz licuadora sofisticada alguna. Hablamos de un instrumento prehispánico muy nuestro que todavía en su tecnología aparece como insuperable. La buena y sabrosa salsa, por tanto, no sólo se prepara en el molcajete, sino que en él también se sirve. Múltiples funciones de una misma piedra tallada con maestría.

Los asentamientos de San Nicolás Obispo que pertenece a la ciudad metropolitana de Morelia datan de tiempos tan antiguos, que incluso se le considera a esta localidad como una de las primeras del estado de Michoacán, obviamente, con mayor antigüedad que Morelia. Sin embargo, los procesos de cambio cultural no la han favorecido del todo, pues si bien cuenta con una prestigiosa feria del molcajete y del metate durante el mes de diciembre, el resto del año el silencio y la pobreza se adueña de muchas de sus calles. No son pocas las instituciones que prestan diferentes servicios sociales en atención a los habitantes de este lugar de artesanos de piedra y cincel.

En Europa y otros sitios se alaba el trabajo artístico a base de mármol y cantera, piedras de belleza prestigiosa y ya posicionada en el gusto de los seres humanos para ornamentar pisos, paredes y fachadas, sin embargo, cuando se piensa en las piedras de la cocina en México, América Latina y España, el metate y el molcajete tienen un sitio especial. Para nosotros se trata de un instrumento prehispánico y para otros de un interesante método de cocina internacional.

Las piedras forman parte de la historia de los seres humanos en varios sentidos: en el arte culinario, como lo he plasmado ya, en el sentido arquitectónico poblando así todos los recovecos y estratos culturales. Para el apóstol San Pablo, hacer pensar en las piedras a los destinatarios de la predicación sobre Jesús era una práctica manera de entender su relación entre ellos y con Dios: “Están cimentados en el edificio cuyas bases son los apóstoles y profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús” (Ef 2, 20); y para san Pedro -la piedra- igualmente era un recurso catequético inmediato y efectivo: “También ustedes como piedras vivas, se han edificado y pasan a ser un templo espiritual, una comunidad santa” (1Pe 2,5).

Los artesanos de pico y cincel son voces quietas pero macizas que con su constancia y a punta de golpes duros cimbran rocas que tienen vocación de servicio. Todo ello evoca las gentes de San Nicolás Obispo, Morelia.

P. Francisco Armando Gómez Ruiz

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