Kabul: Crónica de una caída anunciada


Por Teresa Da Cunha Lopes

David Galula, del cual leí hace años el “Contrainsurgencia. Teoría y práctica” , en una edición extensamente anotada por mi padre, afirma que, ante un ejército convencional, pesado y con líneas logísticas muy extensas, una guerrilla de menor número pero muy móvil, organizada, motivada y capaz de comunicarse puede derrotar a un ejército regular. Esto es lo que acaba de pasar en Afganistán.

El colapso de las fuerzas afganas contra los talibanes en tan solo unas semanas no fue una sorpresa para los analistas militares, aún que muchos políticos la presenten cómo tal. El elemento «sorpresa» es la narrativa “vendible» a la opinión pública, orquestada para y, difundida por los medios de comunicación .

Es evidente que esta “sorpresa” se formula a partir de un ejercicio comparativo. Es bien verdad que los mismos talibanes habían tardado dos años en tomar el poder, entre 1994 y 1996, durante la guerra civil, y nunca habían podido controlar áreas enteras en el norte antes de ser derrotados a fines de 2001. Esta vez, en cuarenta y cinco días, ya han conquistado buena parte del Norte, Sur y Oeste y entraron a Kabul.

Así que surge una pregunta. ¿Cómo pudo un ejército cuatro veces mayor, entrenado, financiado y equipado por la principal potencia mundial, Estados Unidos, ser derrotado tan rápidamente? Ya vimos, en la apertura de este comentario , que la situación sobre el terreno afgano corresponde a un modelo clásico de posible desarrollo de un enfrentamiento entre ejército convencional y una guerrilla. Pero, la respuesta es más compleja y, creo que se halla también en la conjunción con otros cuatro factores: el primero, la corrupción institucionalizada de los “señores de la guerra”; segundo, el centralismo del gobierno de Ghani; tercero el síndrome de abandono de las tropas regulares; cuatro, la ausencia de una lectura de la historia.

El soldado sabe que el Estado no lo respalda, que estará solo frente a la muerte. El y los suyos. Los soldados del ejército regular (no de los batallones de topas especiales) estaban a menudo «fijos», o sea encerrados en sus bases, con falta de refuerzos y sin apoyo logístico. Una de las evidencias de esta ausencia de apoyo logística ha sido la incapacidad de asegurar un puente aéreo de abastecimiento de esas bases y, una cobertura aérea de combate para frenar el avance de las columnas de los talibanes. No olvidar que la Fuerza Aérea afgana, casi no tenia pilotos y, mucho menos capacidad de mantenimiento de las aeronaves.

Además, su stock de «bombas inteligentes», que debía durar hasta finales de agosto, se agotó a mediados de julio. O sea, cuando Biden avanza la fecha de retirada, los afganos pierden toda capacidad aérea y logística, principalmente cuando habían calculado tener todavía, 18 meses para realizar operaciones anti- Talibán con el apoyo de los norteamericanos.

Sin embargo, los talibanes están lejos del control total del territorio y, hasta del control de la dinámica de la situación. Excepto si consiguen una negociación con los jefes de guerra regionales. Porque , en Afganistán las «victorias» nunca son militares sino fruto de la negociación política.

Esto no es nuevo, los británicos lo descubrieron a finales del siglo XIX y de ello nos dejó testimonio el diplomático Mountstuart Elphinstone: “El éxito de las batallas en Afganistán rara vez se alcanza con una victoria militar, sino más bien mediante la negociación y gracias a las lógicas tribales o la decisión de un jefe de paso al enemigo”.

Es esta lección histórica que olvidaron los estadounidenses y el gobierno de Ghani ( los rusos ni siquiera intentaron) .

Así que no, no es una sorpresa la entrada en Kabul.

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