Ágora/ Jaime Martínez Ochoa
Aguililla representa mejor que ningún otro ejemplo el fracaso de la estrategia federal del combate al crimen organizado, cifrada en la expresión: Abrazos, no balazos. El presidente Andrés Manuel López Obrador pensó que lo tendría fácil para resolver este problema desde Palacio Nacional, pero ya se ve que pecó de ingenuo.
Sólo un dato: mientras él mandatario hablaba desde su zona de confort en las mañaneras de lo que haría para atender la problemática, la delincuencia desató una ofensiva criminal que partió de Aguililla y se extendió hasta Tepalcatepec y Buenavista. A los criminales poco les importó ese exhorto moral y casi religioso de abrazarse antes que soltar balazos.
Y se entiende: la agenda del narcotráfico no es política sino delictiva. A los capos poco les importa establecer negociaciones con alguna autoridad, pues lo suyo es imponer sus condiciones, que por lo general son aplicadas con la fuerza de las armas. Territorio, poder, recursos, es lo que ellos quieren, no negociar con las autoridades como si fueran los representantes de una empresa legalmente establecida.
Tras lo ocurrido, ahora, tenemos la triste constancia de que la paz en la región y en todo el país, no depende de las autoridades, sino de los delincuentes, quienes pueden desatar el infierno a la hora que se lo propongan. De paso, aprendieron que pueden humillar de manera aparatosa a las fuerzas de seguridad (Ejército y Guardia Nacional), si así les viene en gana, pues la orden de arriba es que no se debe responder ningún ataque.
Pensar que solo con programas sociales se puede restaurar lo que se llama ya con cierta burla el tejido social es un absurdo. Igualmente, de nada sirve buscar establecer mesas de diálogo con gente a la que de ninguna manera se le puede poner en el mismo plano. Por ello, resulta raro que un presidente con tanto recorrido crea que es fácil dominar a los capos con llamados y exhortos, antes que enfrentarlos con labores de inteligencia y el uso legítimo de la fuerza.
A los integrantes de las células hay que tratarlos como lo que son, delincuentes, no como actores políticos ni, mucho menos, como líderes sociales que reivindican alguna causa popular. No enfrentarlos para que no desaten la violencia sólo sirve para alimentar su ferocidad.
Pero AMLO está en otra tesitura. La consigna “abrazos, no balazos” es una política complaciente, que busca esconder los problemas antes que atenderlos, bajo la perversa idea de cuidar el voto y no manchar la imagen presidencial. Mientras tanto, las poblaciones de la Tierra Caliente michoacana sufren el asedio inmisericorde de las células criminales, que derrochan una violencia inédita ante la ineficacia federal. Muy triste resulta esta situación: da a entender que las autoridades centrales ya claudicaron en su obligación de brindar seguridad a los ciudadanos.