Por Teresa Da Cunha Lopes
Han pasado 20 años desde que el Consejo de Seguridad de ONU adoptó la Resolución sobre Mujeres, Paz y Seguridad (Resolución 1325). Veinte años de un voto unánime. La comunidad internacional fue, hace 20 años, retada a mejorar las condiciones de las mujeres y las niñas.
Veinte años después, el reto se mantiene, la violencia contra las mujeres no baja, particularmente para las mujeres y niñas viviendo en zonas de conflicto armado.
Concretamente, la Resolución 1325 introdujo cuatro ejes para una hoja de ruta de Paz y Seguridad para las mujeres: 1.- prevención de conflictos, 2.- protección de mujeres y niñas, 3.- participación de la mujer en el establecimiento y consolidación de la paz, 4.- y socorro y recuperación.
Sin embargo, no todo ha sido un enorme ejercicio de hipocresía global por parte de los Estados firmantes de la Resolución 1325..
Esta Resolución abrió, no lo niego, espacios internacionales a las mujeres y, su participación en los principales foros sobre la paz y la seguridad, que durante mucho tiempo habían estado dominados por los hombres, se trasladó a iniciativas, programas y acciones operativas y concretas. También ha transformado posiciones ideológicas y forrajeado nuevas actitudes sociales, enfoques educativos y comportamientos colectivos
Ahora comprendemos mucho más sobre los aspectos de género de estos temas y hemos desarrollado un lenguaje común para discutirlos.
Sin embargo, existen dos áreas en que los avances son mínimos, o por lo menos, demasiado lentos: el campo político y la erradicación de la violencia contra las mujeres, tanto en el ámbito familiar, educativo, laboral, como también en las zonas de conflicto armado.
Así, en lo primero, lo que tenemos es una subrepresentación de las mujeres en el espacio político. Esta crisis de representación y ciudadanía radica en la participación desigual entre mujeres y hombres en la gobernanza política y también económica. Desigualdad que resulta en la falta de oportunidades para que las mujeres participen en el ejercicio de mandatos, asuman funciones electivas, participen en todos los niveles de decisión.
Y, cuanto a la segunda área, me parece importante observar que, si bien no podemos negar un progreso considerable en la lucha contra el uso de la violencia sexual como arma y táctica de guerra, estas atrocidades continúan ocurriendo. En todos los continentes. En República Democrática de Congo, en Oriente Medio en las zonas de conflicto como Siria o en los antiguos bastiones de ISIS y, porque no decirlo en las regiones controladas en México por los grupos más violentos del narco.
Los nuevos datos publicados el año pasado por diversas organizaciones internacionales, desde la ONU pasando por Amnestía Internacional y Human Rights Watch ( entre otras) encontraron niveles récord de violencia política contra las mujeres.
Y si bien el número de acuerdos de paz que hacen referencia específica a las mujeres o al género han ido en aumento en los años posteriores a la adopción de la Resolución 1325, la mitad de esos acuerdos ni siquiera mencionan las mujeres ni la violencia a que son sometidas en virtud de su género.
Tal es consecuencia de una ausencia o de una presencia minoritaria de mujeres en posiciones de decisión, de mujeres en las comisiones de negociación y, de mujeres en las fuerzas de pacificación. O sea, de una ausencia de voces de mujeres.
Pero, no es sólo la subrepresentación política o los procesos de pacificación que necesitan de voces de mujeres.
Estamos viviendo o transitando a otras crisis en que la ausencia de voces de mujeres será fatal para el conjunto de la Humanidad y, para el planeta.
Hablo, por ejemplo, de cómo las crisis ambientales afectan la paz y la seguridad de todos, pero en particular de las mujeres y niñas.. Estas condiciones, en regiones como,entre otras, el Darfur, dan lugar a luchas violentas por los recursos, migración en busca de vidas más seguras y un sentimiento generalizado de desesperación que los grupos armados locales explotan. Las mujeres y las niñas son las primeras víctimas.
También la Covid 19 ha producido la visibilidad de la vulnerabilidad de las mujeres y niñas ante la pérdida de empleos, la ausencia de educación presencial, el desvanecimiento de grupos de protección, el desvío de recursos para la pandemia y, la violencia interna familiar gestándose en el confinamiento.
Ahora bien, a 20 años de la Resolución 1325, debemos tener presente que esta fue el resultado del activismo de las mujeres por la paz y la justicia. O sea de las voces de mujeres unidas por una lucha común.
O sea, que sin las voces de mujeres unidas en esta lucha común por la dignidad, las libertades y la igualdad , es casi imposible romper con los ciclos de conflicto e inseguridad de manera decisiva y definitiva.
Así que, este 8 de marzo, y todos los otros días del año , hay mantener viva la lucha. Hay que estar presente en el espacio público y resistir en el privado. Las voces de mujeres no pueden ser silenciadas. Deben ser escuchadas, deben estar en los espacios de dialogo y, en los espacios de decisión.
Paz y seguridad continuan siendo un objetivo inspirador y urgente. De imposible concretización sin las voces de las mujeres.