Dos huellas de un fraile danés: Fray Jacobo Daciano

Marzo, el mes dedicado al recuerdo florido de Don Vasco de Quiroga, y anticipándome a la explosión de las frases, los relatos y las memorias de ese talentoso ser humano de quien se presume su santidad, quiero dedicar este pórtico de belleza a una figura tan santa y tan bella como Tata Vasco, o para algunos gustos todavía más majestuosa, estoy mentándoles a Tata Jacobo Daciano (1482-1566/67).

Aquí no me voy a detener en detalles sobre la historia personal del fraile danés, ni mucho menos en hacer disquisiciones sobre el sitio en el cual la comunidad purépecha conserva en secreto sus restos mortales. El viaje que aquí les propongo va en la senda del arte y tiene dos paradas: Tzintzuntzan y Zacapu.

Tzintzuntzan

Paradójicamente, la historia de Don Vasco y de Don Jacobo se entrecruzan no sólo por haber sido contemporáneos, por evangelizar en los mismos rumbos del Nuevo Mundo, o por discutir y discutir y volver a discutir sobre el mejor modelo de evangelización, sino también porque el arte mismo se empeñó en juntarlos. Precisamente, haciendo la ruta turística sonada y popular de Don Vasco, comenzando en el corazón del claustro de Tzintzuntzan, permanece en las escaleras principales un fresco grande y claro del fraile franciscano danés que renunció a su noble posición para tomar la pobreza, la obediencia y la castidad al ritmo de la evangelización de Michoacán. Insisto en esta paradoja, pues sabido es por todos los historiadores los pleitos y demás disputas que De Quiroga tuvo con esa orden de San Francisco de Asís. Pero la santidad es así, florece en este jardín y también en el de enfrente.

En el fresco señalado, aparece el perfil fino y alargado del fraile oriundo de Dinamarca. En la pintura porta su clásica indumentaria franciscana pero con una capa y un sombrero de ala ancha, ambos en color púrpura. En su mano derecha porta un bastón, que en muchas culturas, incluida la liturgia católica y las usanzas purépechas, significa autoridad. En el fondo se observa un paisaje verdoso. Toda esta imagen de Fray Daciano está circunscrita en el centro de un gigante perfil de un escudo.

Es de notarse la importancia que tiene este fresco en la construcción del ex convento, pues propiamente se encuentra en la pared del descanso central de la escalinata importante del edificio. En el convento de Santa Ana, Tzintzuntzan, vive en pintura fresca el recuerdo de este gran evangelizador que hizo un buen trabajo por mejorar la vida de indígenas y españoles de la época.

Zacapu

Cuentan algunas fuentes y leyendas que todavía hoy pasan de boca en boca que los restos del expríncipe de Dinamarca están ocultos en el convento de Tarecuato, sitio donde vivió los últimos años de su vida, y desde donde administraba la gracia para el noroeste de Michoacán. Pero es en el atrio de la parroquia principal de Zacapu, Santa Ana, donde hay un bloque de cantera labrada con la figura escuálida y fina de Fray Jacobo Daciano. Nuevamente, los detalles artísticos coinciden con aquel fresco antes mencionado: hábito franciscano, capa y sombrero y bastón largo en la mano derecha, agregándole un libro sostenido con la palma de la mano izquierda y una especie de iglesia diminuta sobre el libro. En perfiles de cantera se cuenta de su vida religiosa, de su liderazgo al evangelizar y de sus dotes como teólogo. Quizás aquí esta uno de los detalles que fueron la causa de sus controversias con Don Vasco, pues tenían que entablar acuerdos un jurista con un teólogo. Sensibilidades diferentes.

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Trazando la ruta de Fray Jacobo Daciano, es bueno detenerse en la belleza natural que ofrece la ciudad de Zacapu dentro y fuera de ella; la laguna es un hermoso sitio donde una, dos o tres postales salen increíbles con esos cientos de patos nadando por doquier. Y, ya buscando el regreso de camino a casa, la nieve artesanal de la plaza o de la que venden en alguna de sus salidas, compite cualificadamente con la que venden en Florencia, en Roma o en Pátzcuaro.

P. Francisco Armando Gómez Ruiz

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