Por: Arturo Alejandro Bribiesca Gil
Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil
Abraham Lincoln
Sin duda, las elecciones de junio próximo son de trascendencia histórica para nuestro país, por ello la importancia de la mayor participación ciudadana posible en las mismas; nuestro interés o apatía incidirá en el rumbo de México en por lo 2 generaciones.
Ahora, para hablar del futuro, es importante rememorar el pasado. Mucha sangre corrió en nuestro país para hacer valer y respetar el voto durante el siglo pasado; en las primeras décadas hicimos una revolución defendiendo el sufragio efectivo, y posteriormente pasamos la segunda mitad luchando por tener elecciones equitativas y transparentes.
En el año 2000 llego la ansiada alternancia, y con ello quedo demostrado que nuestro país era una democracia. Sabíamos que faltaba mucho por hacer, pero que se estaba en la ruta correcta.
A la fecha, en términos generales, podemos decir que cada voto cuenta y es respetado, historia aparte es el manoseo previo a su emisión -manipulación, compra, condicionamiento de programas y un largo etcétera-.
Ahora bien, pese a esas y otras debilidades, seguimos viviendo en democracia; en una democracia frágil y sin resultados más allá de lo electoral, pero democracia al fin y al cabo; sin embargo, es urgente que nuestra incipiente democracia empiece a dar resultados de justicia social, porque si esto no sucede, a la de ya, el riesgo de regresiones autoritarias es latente.
Una de las causas por las que nuestra democracia no se consolida, lo es el abstencionismo. Ciertamente hay elecciones con niveles de participación del 65%, que son bastante decorosas, más no ideales; pero tristemente hay casos donde el abstencionismo supera el 55%. Gravísimo, porque este mal facilita la perversión del voto, ya que entre menos gente participa, menor es la cantidad de votos que se requieren para el triunfo, por tanto, puede resultar más facil y atractivo adquirir el voto por medios ilegales.
Sumado el abstencionismo a la atomización del voto, nuestro sistema electoral está generando gobernantes poco legitimados.
Ahora, en elecciones en que el nivel de participación es del 70%, o superior, es muy difícil ejecutar una “elección de estado”, o que poderes facticos o caciquiles se impongan. No hay dinero que alcance para comprar una elección con niveles de participación ciudadana elevados. Luego entonces, menos abstencionismo, mayor confiabilidad en el resultado.
Aunado a lo anterior, considero injusto para con quienes en el siglo XX hicieron posible el ejercicio libre y respetado del voto, el que las ciudadanas y ciudadanos mexicanos del siglo XXI no lo hagan valer.
Por tanto, un acto de justicia impostergable lo es diluir el abstencionismo a niveles mínimos tolerables. Pero, ¿Cómo podemos hacerlo? Sencillo: estableciendo una sanción para aquellos que no cumplan con su obligación ciudadana de votar.
Obviamente no podemos pensar en sanciones severas ni debemos dejar de entender que en muchos de los casos la incapacidad para cumplir la obligación es justificable –enfermedad, imposibilidad física, trabajo, etcétera- sin embargo, debe de haber consecuencias si incumplimos solo por falta de civismo o flojera.
Pienso que se pudiera establecer la obligación de comprobar el ejercicio del voto en la realización de ciertos trámites oficiales, tales como la obtención del pasaporte, el acceso a créditos oficiales o a programas gubernamentales, entre otros. Obviamente debiera establecerse a la par un procedimiento que permitiera solventar este requisito para causa justificada de incumplimiento. Esto no es algo novedoso, infinidad de países en el mundo han establecido sanciones para quienes no votan; habrá que conocer su experiencias.
Lo ideal sería que ejerciéramos el voto con gusto, como el derecho que es, sin tener que entrar al ámbito de las obligaciones y mucho menos en el de las sanciones, pero… En fin, ¡Votemos, carajo!