El café se toma antes de que se enfríe. Así lo indica la etiqueta del buen arte de beber café y otras infusiones. Frío pierde las propiedades que estaban dirigidas al paladar y al olfato. Cuando se da un sorbo de una taza bien caliente, juega el olor y el sabor, además de que el tacto sabe que la temperatura es importante para disfrutar del café. Las neuronas son estimuladas y sucede el efecto adictivo que tiene a millones de personas en el mundo haciendo, comprando o deseando un café por la mañana. Por eso el argentino Nicolás Artusi, autor del texto Café. De Etiopía a StarBucks, la historia secreta de la bebida más amada y odiada del mundo (2014), no muerde la lengüilla de su pluma al escribir “La cafeína es la droga más consumida en el mundo”.
Por variadas razones asociamos tomar café con una conversación personal o laboral o con la lectura de un libro. Hablar, leer y tomar, estos son verbos que se armonizan cotidianamente. Por ello las cafeterías son sitios populares en todos los rincones del mundo, por recónditos que parezcan. Me atrevería a decir que lo que sucede en torno a una taza de café es lo que define al ser humano: conversa para conprometerse, lee para instruirse y bebé para hacer más bello el compromiso y la instrucción.
El japonés Toshikazu Kawaguchi ha escrito una novela que no ha tardado más de cinco años en ser traducida en las lenguas más populares y superar el millón de ventas. El éxito de su obra comienza inmediatamente con el título: “Antes de que se enfríe el café”. Estoy seguro que muchos de sus lectores llegaron a la adquisición de la obra por el título, pues como lo dije: reúne todo aquello que el buen lector, el adicto al café o el entrevistador y entrevistado necesitan: café, leer y conversar.
Sumergidos en una narración color sepia, con una ubicación cerca del centro de la tierra -un sótano- y con pocos personajes bien definidos que poco a poco van ensamblando una sinfonía que interpreta música en honor del tiempo. Así es, si me preguntas cuál es el tema de la novela, te diré, antes de que se enfríe el café, que es el tiempo, porque la diferencia entre un café bien caliente y ese mismo frío, es el tiempo.
La pregunta existencial en la cual interactúan Nagare y Kei, Kazu, Fumiko, la señora Kōtake y el señor Fusagi, así como Hirai y Gorō, es si vale la pena viajar en el tiempo cuando la más cruel regla dice que al fin y al cabo aquellos eventos que experimentan como presente no pueden cambiar. Entre una meza, un café y una decisión la historia que surge ahí aborda los clásicos reproches que todos en algún momento nos hemos hecho: hubiera dicho, hubiera escuchado, y si mejor hubiera reaccionado así. En fin, escenarios posibles que no fueron pero que ya no pueden ser.
La mayoría de los personajes se sentaron en la misteriosa silla de viaje en el tiempo. La narración de Kawaguchi cuenta historias que así como comienzan, igual terminan, pero se descubre la importancia de los siguientes verbos reflexivos: replantearse, corregirse, permitirse, reubicarse y recomenzar.
Al terminar la lectura de la novela, que es fácil, atractiva, conmovedora, intrigante y unas veces repetitiva, volví a la portada sugerente del texto, entendí claramente la decisión del diseñador al poner una mesa, dos sillas, un decorado clásico del oriente sobre la mesa y los cerezos que adornan dos ángulos del libro, sin embargo, el gato que en el suelo atento me mira, me hubiera gustado encontrarlo en el texto, pero no, atrapado por la narración olvidé la tasa que tenía a veces en la mano y otras en mi escritorio, hasta que se me enfrío el café.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz