Por: Jaime Darío Oseguera
Ha causado controversia, además de todo tipo de comentarios a favor y en contra, el anuncio de la alianza electoral que han formado los que hasta hace poco fueron los tres partidos dominantes de la geografía electoral mexicana: PRI, PAN, PRD. Es una alianza para competir por los distritos electorales de mayoría que van a integrar la siguiente Legislatura de la Cámara de Diputados.
A nadie debería sorprender que los partidos se organicen para cumplir con uno de los objetivos principales de su existencia: luchar legítimamente por el poder. Esa es la función constitucional que cumplen en México, independientemente del desprestigio que válidamente se han ganado a lo largo de los últimos años.
La principal crítica ha surgido, con matices y estridencias diversos, de la aparente mezcla de partidos políticos con genéticas tan distintas.
En la conceptualización del excelente libro de Norberto Bobbio “Derecha e Izquierda”, la diferencia sustantiva entre ambos extremos, surge de la manera en que los partidos de izquierda marcan un énfasis en sus programas en los temas de igualdad (económica, política, de género, etc.), mientras que, en la derecha, el acento va más hacia los temas de libertades económicas, de asociación, religiosa y menos intervención del estado para asegurarse sus objetivos.
Lo cierto es que, en la teoría, los partidos pueden tener un origen, fines, ideologías y programas políticos diferentes para que los identifiquen. La realidad tiene un agravante: los políticos andan dando saltos de chapulines entre los mismos y las élites tienen a cachondearse de manera que todos aparecen pintados mas o menos del mismo color. Se han mimetizado.
Esa es una de las razones por la que no causa tanta comezón una alianza de esta naturaleza.
En el fondo es una alianza de sobrevivencia. Es muy probable que el PRD y el propio PAN pongan en riesgo su registro si contienden por su cuenta sin alianza. Eso sólo lo veremos con los resultados. A ver qué deciden los votantes: si eligen alianzas o permiten la sobrevivencia de los partidos que vayan por su cuenta. El resultado le va a dar nuevos tonos a nuestro régimen de partidos.
Un país sin opciones políticas alternativas tiende al autoritarismo. Las variantes en la boleta electoral, deberán ser el espejo de la diversidad cultural y política de México. Si el ciudadano no se siente representado, seguramente resultará un aumento en el abstencionismo.
La alianza debe proponer entre su fines, presentarse de una vez por todas como una opción de oposición, alternativa al partido dominante. Por separado ninguno de los partidos ha tenido éxito en ese objetivo, suponiendo que se lo hubieran planteado. Tan sumidos están en sus disputas internas y en su zona de confort que Morena gobierna sin alternativas críticas reales.
Ya se habían tardado en ser oposición los partidos de la alianza. Parece que no les gusta o no les interesa. A decir verdad, los partidos han parecido ser más una suerte de comparsa vergonzosa del gobierno. Una oposición comodina y anodina. Vamos a ver en la elección qué tanto les afecta esta insípida presencia de los últimos años.
En su texto clásico sobre los partidos políticos, Duverger afirma que los sistemas donde hay mayoría abrumadora y constante de una sola fuerza política, se tiende a llegar al bipartidismo. Aunque siempre hemos criticado la postura del francés a partir del caso mexicano en el Siglo XX en el que se conformó consistentemente un sistema representado por las tres fuerzas del continuo político que va de la derecha a la izquierda, tal vez este sea el preludio de un sistema no de sólo dos opciones políticas, sino de dos grandes bloques que contienden entre sí para lograr la hegemonía, la coalición dominante.
Lo interesante es que no se trata únicamente del Congreso Federal, sino en las gubernaturas del los estados, los congresos locales y ayuntamientos.
No hay precedente de una alianza de esta naturaleza. Esperemos que no sea simplemente el reflejo del pragmatismo electoral.
Para salvarse de esta crítica, la alianza debería suscribir al menos un decálogo de acciones específicas, de fondo, nada superficial. Cosas aterrizadas y lejos del lugar común, que den sentido a un programa político conjunto ¿Por qué un ciudadano va a votar por un amasijo de ideas que aparentemente son tan distintas?
La democracia se enriquece cuando hay lucha de contrarios. Es una condición del desarrollo dialéctico de las cosas. Esa deberá ser otra de las razones de la alianza: ofrecer una alternativa real y consistente a quienes piensan diferente de los que ostentan el poder político.
Lo cierto es que, por más animadversión que haya hacia los partidos, su importancia es creciente y los necesitamos. Siempre es mejor un sistema de partidos que enarbolen ideas, proyectos, programas, en lugar de la disputa personalizada de quienes promueven imágenes, percepciones y vanidades.
Tiene tiempo que todos los partidos se acercaron al centro. El discurso de la alianza entonces deberá ser entorno a un Gobierno de Coalición de centro amplio, abierto, plural y esencialmente demócrata.
Tal vez estamos en ciernes de un nuevo sistema a través del Gobierno de Coalición.
Después del 2000 no acaba de terminar el viejo régimen y no termina de empezar el nuevo. Tenemos apenas veinte años de alternancia política en la Presidencia de la República y aún no pinta bien hacia donde va nuestra democracia.
Las alianzas electorales son comunes en muchos lugares del mundo. No será algo nuevo pero sin duda hay un riesgo implícito: que la gente lo rechace. Habrá que correrlo.
Sobre la Alianza en Michoacán, ya hablaremos en otro momento.
La Dirigencia de la Alianza debera mostrar sus arrestos. Aquí los vamos a conocer, porque para tener la lengua larga, hay que tener la cola corta.