No borren la historia (mucho menos sus crímenes)

Por Teresa Da Cunha Lopes

El “debate” que cada 12 de octubre se apodera de algunos nichos ecológicos en red, y de sus tribus digitales, sobre la relevancia o trascendencia de los «hechos históricos» de la segunda globalización (como díria Braudel, de la construcción de un sistema-mundi) coloca diversas cuestiones, aún que emana de grandes lagunas sobre la historia como campo del conocimiento, al mismo tiempo que se alimenta de emociones.

En particular, intenta borrar la importancia de los hechos históricos para entender la hebra genealógica que nos condució hasta el presente, de manera a poder reescribir una narrativa acorde con opciones político- ideológicas que justifican la toma del poder por algunos grupos de interés.

Así que nos debemos colocar la cuestión: ¿qué es un hecho histórico?

Es decir, si todo hecho humano perteneciente a la esfera del pasado puede llegar a ser constitutivo de historia o si, por el contrario, no debe sino considerarse histórico aquél que reúna ciertas características específicas que le diferencien de otros hechos irrelevantes para nuestro estudio.

Una de las características del hecho histórico es su “irrepitibilidad».

Los únicos hechos que son objeto posible del estudio de la Historia, son aquellos que ya han ocurrido, es decir los hechos pasados, que pueden ser medidos y cuantificados y apreciados en sus diversos aspectos, por la circunstancia misma de haber quedado fijados de manera invariable e irrepetible. La irrepetibilidad es la cualidad distintiva del hecho histórico, que, entre otras peculiaridades, hace imposible de ser recreado para experimentar con él, lo que origina un problema subsecuente .

Por otro lado, si consideramos que el Universo es una realidad encauzada, sin creación interviniente, la conclusión es que el tiempo es eterno o bien, lo que puede resultar paradojal, que el tiempo  es una categoría imaginaria creada por la imaginación humana. «Pura ilusión» dirá Sartre.

Y por ello, la determinación de la categoría de «histórico» para un hecho concreto, resultará puramente arbitraria y subjetiva, de lo que se deriva la imposibilidad de hablar de «historia del conocimiento»  objetiva o de «historia de las verdades», pues éstas dependen del propio historiador que formula su juicio y no de lo que objetivamente son.

Otro aspecto que deberíamos tener presente es el de la “utilidad de la historia “ , lo que resulta casi un lugar común.  La Historia nos permite entender los desafíos de la sociedad a la que pertenecemos y a las que estudiamos desde fuera. Conocida es la máxima que indica que aquellos pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla y podríamos agregar que no sólo la repiten, sino que decaen al volver a cometer los mismos errores.

En palabras de una gran historiadora contemporánea, que cité en el capítulo introductorio a una obra colectiva que hace unos años coordineé (ver “Historia general del derecho en Occidente») la “historia no suministra soluciones, pero permite –y sólo ella lo hace- plantear correctamente los problemas».

Y sólo la Historia lo hace porque sólo ella es capaz de hacer el inventario de una situación dada; sólo ella facilita los elementos para determinar esa situación, porque no hay verdadero conocimiento sin recurrir a la Historia.

Una verdad evidente allí donde el hombre, la vida del hombre, están en el tapete. Un cuerpo vivo , como lo es una Nación , sólo se conoce por su historia.

Así que, , al desdeñar, desdibujar , la formación del sentido histórico, olvidando que la historia es la memoria de los pueblos,  nos dejamos captar por “ modas “ youtubers que nos hacen amnésicos.

Se reprocha a veces, en nuestros días, que de las escuelas, de las universidades, salen jóvenes irresponsables formados quizá intelectualmente, pero sin sensibilidad y sin carácter. Esto es grave, sí, pero también, yo lo vuelvo a repetir , nos  hace “amnésicos”. Citando de nuevo, “como  el irresponsable, el amnésico no es una persona completa; ni el uno ni el otro gozan del pleno ejercicio de sus facultades, lo único que permite al hombre, sin peligro para él y para sus semejantes, disfrutar de una verdadera libertad”.

En verdad, la mejor forma de evitar la decadencia acelerada de la formación humanista de los jóvenes y de la población en general es estimular el estudio de la Historia. Si las humanidades no han de morir en la era de la tecnologia , a la cual llamamos de “ la información y del conocimiento “ debe retomarse con fuerza el estudio de la Historia. Lo podemos hacer a partir de diversas hermenéuticas y de diversos grupos heuristicos. Ello resulta particularmente importante  para todas las sociedades y  comunidades. En particular , para nosotros los estudiosos del derecho  y, para los legisladores, porque  quien trabaja con  sus instituciones pero desconoce su evolución y origen, ignora gran parte de las primeras, lo que es inaceptable en aquél que pretende abocarse seriamente a la construcción de sociedades más justas y equitativas.

No borren la memória histórica. El pasado existió con toda su compleja red de eventos. El pasado no puede ni debe ser “sanitizado”.  Mucho menos, presentado en resúmemenes “políticamente correctos”. Sin el pasado, por  polémico que sea el debate sobre  el mismo, no puede existir un presente con credibilidad.

Además, en el caso concreto de la destrucción de obras pictóricas y escultóricas,  podríamos argumentar que las estatuas cumplen una función pedagógica sobre la historia. En particular el grupo escultórico  de Avenida del Acueducto en la ciudad de Morelia, tan atacado por algunos “grupos de interés» porque “representa» la violencia fundadora, es una escultura que precisamente (aún que no fuera la intención original de la misma) visibiliza sufrimiento, y ese “pecado original» , o sea no deja en el olvido el “sangre, sudor y lágrimas» de los cimientos de la urbs. No transformemos a nuestra sociedad plural en un desierto de la historia bajo el totalitarismo de “talibanes” que se reivindican de un “postmodernismo “que ni siquiera entienden y, que claman por “descolonizar»  la historia a partir de posiciones que les llegan de un nuevo «colonialismo»: el de las efímeras  “modas” de YouTube. O peor aún , por captación de votos de algunas tribus digitales.

No “borren”  la historia, mucho menos sus crímenes.

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