Por Teresa Da Cunha Lopes
No existe una lógica para mercados al alza en economías deprimidas por la Covid 19. Pero, contrariamente a lo que Varioufakis argumenta, en diversas columnas recientes, no se trata de «algo extraordinario», y que desafía «la lógica del capitalismo». Al revés, es algo recurrente, o sea, no es ni será la primera vez, que una expectativa generalizada de menores ingresos y rentabilidad nos coloque en una trayectoria en qué los mercados reaccionan como «Bull» –o al menos mantienen una alza durante un periodo de grande estrés social. Lo que es «bueno» para los mercados , no obligatoriamente es bueno para las familias. Sin embargo, pienso que el actual » optimismo» de los mercados , no reside en esa desconexión recurrente y histórica con la «realidad», como lo interpreta Varioufakis (que además ha leído a Piketty de través), sino en una reacción a la resiliencia del Bloco europeo y, de países como Nueva Zelanda ,etc .
Es bien verdad que, a lo que asistimos es a una cruenta guerra de clases. En este punto estoy de acuerdo. Sin embargo , si bien esta lucha de clases dejó al planeta , o sea a todos muy debilitados , en la realidad , la respuesta de la UE a la Covid-19, frente a los Estados Unidos y China ha sido mejor, tanto bajo el punto de vista sanitario como económico, incluido el fondo de recuperación. Y, esto , a pesar del «golpe» arrastrado en los últimos 2 años, consecuencia del Brexit . Es indudable que la existencia de servicio nacional de salud, seguridad social universal, cohesión social y, un bloque económico común , dieron al continente europeo una ventaja frente a Estados Unidos, que vive, no solo una crisis sanitaria , sino también una erosión abierta de sus instituciones democráticas . O sea, la narrativa política liberal , en vías de transformación para una «normalidad futura» se presenta como más flexible y, por ende productora de una respuesta a la crisis más eficiente, en particular bajo el paradigma social democrático nórdico o, bajo el paradigma de economía social de mercado alemán. Esto frente a derivas autoritarias de corte neofascitoide (EE.U., Brasil , Rusia o México) o a la narrativa política comunista (de control por partido único) mezclada con capitalismo salvage de estado (ese monstruo híbrido de dos costados que parece salido de un grabado de Picaso), que domina en China desde los años 90 del siglo pasado.
No niego que la «nueva normalidad», la futura que no la presente, tiene que tener un nuevo paradigma de la redistribución de ingresos y riqueza. Esto que quede claro para los que se lamentan como carpideras ante lo que llaman la «política de la envidia». Pero, es una estupidez monumental frenar la acumulación de la riqueza (y, el ahorro) , tal como pretenden «los bienintencionados» por medio de leyes pensadas para la «normalidad del pasado» proteccionista pre años 90 y/o por medio de impuestos punitivos.
También, es verdad que no hay obstáculo mayor a la productividad y al empleo que el poder exorbitante de los mercados. No es , entonces de sorprender que la pobreza ideológica más embrutecedora y la mayor cantidad de muertes por Covid se observan en el país donde la concentración de la riqueza está en ascenso (ver estadísticas de Piketty) o en países donde el foso de las desigualdades en la redistribución ha sido la variable histórico -económica predominante e inalterable (ej.México ) , lo que ha resultado en un estancamiento de las movilidades sociales y, en la producción de «castas» políticas que tienen como función reproducirse, no cambiar el sistema.
Así que hay que colocar cuestiones. ¿Qué hay que hacer para asegurar que el individuo sea el centro de la nueva «normalidad»? Lo que , como es evidente nos lleva a una segunda cuestión: ¿Cómo redistribuir la riqueza en forma justa y eficiente? No tengo respuestas precisas, pero pienso (y, referencias históricas económicas están ahí para dar fuerza a mi argumento) que hay formas comprobadas de redistribuir la riqueza sin violar los derechos de nadie ni cruzar límites éticos.
Para tal tenemos que regresar a la iusfilosofía de las leyes anti monopólicas, desmantelar los megafondos (megafondos que han usurpado mercados, comprado políticos y secuestrado reguladores y envenenado la democracia liberal, tales como BlackRock, Vanguard y State Street) y dividir a los grandes controladores de la información y de la comunicación, en particular los que monopolizan las redes, o sea Facebook, Google , etcétera.
O sea, atacar la progresión de un tecnofeudalismo que ya estaba presente entre nosotros, al momento en que la COVID‑19 vino a destruir la economía real y, alterar nuestros ritmos de vida.