Esos sobres con márgenes punteados en colores azules o verdes con rojo, hace tiempo que no circulan. Las entregas comunes que llegan a la puerta de nuestra casa provienen de Uber eats, Mercado Libre, Amazon o cualquier otro servicio de entrega a domicilio. El cartero ya casi nunca se aparece llevando cartas. ¡Qué lástima! Se trataba de un portal de belleza literaria que llegaba materialmente hasta las puertas del hogar.
En el mes de mayo pasado, adentrados ya en el confinamiento, participé en la edición de un libro: “Cartas a la vida, al amor y a la esperanza” (junio 2020), Miguel Huerta, compilador. Es la primera ocasión en que publico bajo el género literario epistolar. Desde que recibí la invitación a participar en este proyecto tan humano y necesario en este tiempo “interesante”, el objetivo de este libro me convenció inmediatamente: escribir una carta para muchos domicilios. Mis dudas estuvieron en la forma del texto: una carta.
Habían pasado seis años sin que escribiera una carta en papel. Sin embargo, he de confesar que además del guion teatral, lugar donde aprendí a escribir, fue la epístola el sitio donde gocé mucho creando. Y estoy hablando de cartas, cartas. Estuve varios años fuera del país entre el 2009 y el 2014, y me gustaba hacer llegar a familiares y amigos mis pensamientos escritos de mi puño y letra, literalmente. Usaba el mail para comunicar practicidades, y la carta para reflexionar.
Así que al final del día no me fue tan difícil tomar pluma y papel y elegir a uno de los más de ochenta seminaristas que acompaño vocacionalmente desde hace cinco años.
Mientras daba los primeros trazos me percaté de que personalizar el texto sería una manera de contar una historia muy concreta que podía llegar a más jóvenes en circunstancias semejantes a Memo, y que incluso podría llegar al público en general. Cuando pude concluir la carta hice varias pruebas rápidas y di a leer el texto a cinco amigos, todos de distintos estados de vida. Hubo buena crítica, siempre crítica y siempre buena.
A través de las últimas publicaciones que he podido hacer, he estado buscando la manera de usar un lenguaje cada vez más cercano y cada vez más profundo, por eso me atreví a utilizar la primera persona de singular. Lo disfruté bastante.
En Morelia he podido compartir con muchas personas este libro les estoy presentado. Me siento muy contento al poder leer otras historias que construyen y que esperan en la vida. Era necesario escribir en primera persona de singular, pues se trata de un testimonio que, comunicándose, en sí mismo construye.
Una bitácora para el camino, así titulé la epístola; es un itinerario vocacional que se acompaña de literatura clásica fantástica, de optimismo, de la imperiosa necesidad de la oración y de los retos educacionales que los nuevos paradigmas nos lanzan. En estas breves páginas pude decantar la experiencia de estos años de acompañar discernimientos vocacionales en el día a día.
Una bitácora para el camino, es también una carta escrita desde Morelia, con los rostros, los colores, los aromas y los paisajes de estos sitios. Una bitácora para el camino cuenta la historia de un joven de 21 años cuya familia vive en otro país, pero que a la vez narra las aventuras de muchos chicos y chicas que en esa misma historia pueden encontrar las pistas para pensar con seriedad y alegría en su vida por venir.
Aplaudo esta oportunidad de escribir desde un momento difícil y para un momento difícil bajo el rostro literario de correspondencia, porque es justo la necesidad: escribir desde el corazón y para los corazones.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz.