Por Teresa Da Cunha Lopes
Quien controla la información, controla no sólo nuestras libertades (por ej.: políticas, de construcción de opinión informada y de participación en la vida democrática) si no también nuestro derecho fundamental de acceso a la información científica y nuestro derecho a la construcciónu libre y crítica del conocimiento.
Ahora bien, en el momento actual, Springer, Elsevier, Ebsco, Jstor, etc, se han convertido en “dominadores mundiales” que organizan la información científica mundial y cierran el acceso libre a la misma, transformándola en una información que sólo es útil para aquel que tiene los recursos financieros para publicar en revistas que le pueden otorgar los preciosos puntos del “impact factor” y que sólo es accesible para los que pueden comprar el acceso a los contenidos protegidos de estas masivas bases de datos.
Hector Bianciotti, de la Academia francesa, en artículo publicado por Le Monde, bajo el título” Ecriture, réécriture” pregunta y, con mucha oportunidad, ¿En que momento el escritor sintió el escrúpulo de la originalidad”, porque (continua Bianciotti): “Platon et, plus tard, Aristote ont emprunté des phrases, des métaphores à Homère, Hésiode, Pindare, Euripide.”.
Para pasar a citar a Montaigne “Je feuillette les livres, je ne les étudie pas : ce qui m’en demeure, c’est chose que je ne reconnais plus être d’autrui ; c’est cela seulement de quoi mon jugement a fait son profit, les discours et les imaginations de quoi il s’est imbu. L’auteur, le lieu, les mots et autres circonstances, je les oublie incontinent…”, sin dejar de hacer referencia a Jorge Luis Borges que “consideraba la originalidad como un mito empobrecedor “.
Así que es necesario, cuando ejercemos un análisis histórico evolutivo sobre la noción de “plagio” establecer, tal como lo hace Aragione, al estudiar los períodos clásicos y el Medievo cristiano, una diferencia importante de sentido y de percepción (de “función” diría yo) de la “tradición” y del “plagio” que está sometida a dos objetivos ideológicos. Por un lado cuando asumida como “tradición” (a la buena manera de los clásicos griegos y de los escolásticos medievales) es un instrumento de “identidad” con una determinada escuela y de reforzamiento del carácter de “autoridad” de la obra ; pero, en su opuesto , cuando identificado como “plagio” es el arma de ataque letal a la escuela opositora : “idéologique des notions de « tradition » et de « plagiat » dans l’Antiquité classique et chrétienne et de montrer que, par le recours au concept de « tradition », un mouvement de pensée, philosophique ou religieux, fonde son histoire et son autorité, alors que par le recours aux accusations de plagiat, il vise à anéantir la tradition de l’école adverse..
O sea, la acusación de plagio tiene, en la mayor parte de los casos una componente de lucha ideológica, proceso en que la acusación de plagio es usada como arma ideológica contra un adversario, a quien desprestigia y retirará, por ende, fiabilidad.
Observamos así que el imperativo “moderno” de la “originalidad” (como si el trabajo científico no fuera, obligatoriamente, colaborativo y, al mismo tiempo construido en las tradiciones, en las escuelas heurísticas, a partir del reconocimiento del colegio invisible de investigación) es, relativamente, reciente.
Y, se inserta en dos variables: la variable económica (los derechos de autor son la renta del conocimiento y una de las más importantes en la acumulación , como díria Adam Smith, de la “riqueza de las naciones”), y la componente ideológica de lucha por el control de los espacios del conocimiento ( a su vez espacios en que se construyen carreras y se tejen reputaciones), entre facciones que se eliminan entre sí en mercados cada vez más competitivos y “letales” en términos de reputación (y, por ende, de “autoridad intelectual” y de ingresos monetarios).
Podemos entonces hablar, hoy en día, de una era en que impera la tiranía de la “originalidad”, ese “mito empobrecedor” como decía Borges. Tiranía empobrecedora que tiene como justificativo el orden económico de sociedades cuya producción principal es el conocimiento ,en que la propiedad de la renta del conocimiento no pertenece, regla general ni al investigador ni al creador, sí al capitalista inversor que registra y detiene los derechos.