Por: Jorge Yeverino Juárez
(7 de Julio del 2020)
“Creemos en un Estados Unidos generoso, un EEUU compasivo, un EEUU tolerante, abierto a los sueños de una hija de inmigrantes que estudia en nuestras escuelas y jura fildelidad a nuestra bandera”
Barack Obama
El miércoles 8 de Julio, el presidente López Obrador se reunirá en Washington con el presidente Trump con el objetivo principal de impulsar la apertura del nuevo acuerdo comercial denominado T-MEC, y de alcanzar quizás un largo anhelo en nuestra compleja relación bilateral: iniciar una era de buena vecindad y cordialidad, sin embargo, la máxima histórica de que los EEUU no tienen amigos, sino solamente intereses, parece más vigente que nunca.
Este nuevo tratado, promesa de campaña del entonces candidato Trump, reemplazó al TLCAN inaugurado en 1994. En términos cuantitativos, el original tratado puede ser considerado un éxito, cuadriplicando los flujos comerciales en la zona de 297 mmdd en 1994 a 1.2 trillones de dólares en 2017. No, obstante, en términos cualitativos, acrecentó la asimetría en el desarrollo de las naciones, implicando en nuestro país, el desplazamiento y migración de 2 millones de pequeños productores rurales.
De acuerdo a un análisis reciente realizado por la revista británica The Economist, si bien el nuevo acuerdo posee algunas mejoras respecto al TLCAN (v.g. en términos laborales y medio ambientales), en conjunto representa un retroceso en la búsqueda de mejores condiciones para el libre mercado. La revista concluye que con el T-MEC no se avizora que en el mediano y largo plazo se generen un mayor número de empleos netos ó que, por ejemplo, las industrias del acero, aluminio o automotriz se vuelvan más competitivas. Si bien nuestro país puede aprovechar la actual coyuntura e insertarse como un agente pivote en la cadena regional de suministros en el mediano plazo, es necesario señalar que es fundamental incentivar la inversión en desarrollo científico y tecnológico, así como una mayor cultura de emprendimiento empresarial para acortar la brecha que nos separa de los países asiáticos en estos rubros. El anterior desafío no parece un objetivo fácil en tiempos de austeridad y crisis.
El día 4 de julio, el presidente López Obrador anunció su viaje de carácter oficial a Washington D.C. En dicha conferencia, el presidente sostuvo que iba a representar a nuestro país con dignidad y decoro. En mi caso, no dudo en la palabra del presidente, sé que apelará en su discurso a nuestra Doctrina Estrada, que fundamenta y rige el principio de no intervención histórica de México, la cual en lo esencial sostiene que nuestro país no se considera en capacidad de juzgar, aprobar o desaprobar a otras naciones. A pesar de los grandes retos pendientes en materia de seguridad y económicos, considero que el presidente López Obrador aún mantiene altos grados de aprobación debido a sus grandes cualidades personales que lo arropan, tales como su bonhomía, afabilidad, honradez y tesón por defender nuestra soberanía y al pueblo de México. Sin embargo, en esta, su primera visita a una nación extranjera, creo que El está apostando a una muy mudable espada de Damocles. Una espada que no le importaría cortar cabezas con tal de ganar una reelección y consolidarse ante su electorado como un líder supremacista capaz de “transformar a América en un poder grande nuevamente”. Una amenaza que puede resultar en otra humillación histórica para nuestro país, semejante a la consumada el 31 de agosto de 2016, cuando Peña Nieto invitó al entonces candidato Trump a Los Pinos, y desafiante sostuvo que México pagaría para la construcción del muro fronterizo. En ese entonces fue tal el repudio, que 9 de 10 mexicanos se sintieron indignados por el discurso racista y anti-inmigrante de Trump. Incluso, esta indignación alcanzó a AMLO, lo cual lo motivó a escribir su libro Oye, Trump. En dicho texto, AMLO criticó duramente el discurso etno-nacionalista de Trump y condenó las aseveraciones en contra de los inmigrantes mexicanos a los cuales Trump calificó de criminales y violadores.
No obstante, la visita de este 8 de Julio se enmarca en un contexto totalmente diferente, en un giro de 180 grados, ambos presidentes se han propiciado halagos mutuos y amplias deferencias. En mi opinión, esta visita refleja una falta de competencia y cierta ingenuidad de los asesores en materia de relaciones internacionales que tiene el presidente para poner sobre alerta de los peligros que entraña esta postura. Como lo decribió Javier Urbano, de la Universidad Iberoamericana: “Desde que llegó Trump, México esta visto como riesgo, como amenaza, con Obama con los problemas que hubiera habido, por lo menos en el discursos nos veíamos como socios, ahora nos ven como factor de amenazas”.
Un signo de alerta debió haber sido la ausencia del ministro canadiense Justin Trudeau a esta cumbre. Es muy probable que su negativa a participar tenga como antecedente, entre otros, la serie de insultos que Trump propinó a los países del G7, en la cumbre llevada precisamente en Canadá en junio de 2018, amenazando con llevar a cabo una guerra comercial generalizada. En aquella ocasión, Francia, Alemania e incluso el Reino Unido criticaron el carácter inestable, incoherente e inconsistente (como lo definió la tradicionalmente prudente diplomacia francesa) del jefe de la Casa Blanca. Asimismo, París remató con una nota diplomática señalando que “la cooperación internacional no podía depender de la rabietas de una persona”. Los líderes de las grandes potencias ya habían vivido anteriormente en carne propia el carácter irascible, narcicista, megalómano, xenófobo (como lo han descrito gente que ha trabajado al lado del magnate en Washington), de Trump, como cuando se retiró del acuerdo de París señalando que el cambio climático solo era “una broma china”, o cuando abandonó el acuerdo nuclear iraní cuando se eregía como un instrumento primordial para preservar la estabilidad en medio oriente.
En su libro Oye, Trump, López Obrador llegó a comparar a Hitler con Trump. Cabe recordar que Winston Churchill criticó ferozmente la visita que realizó Wilt Chamberlain, entonces primer ministro de la Gran Bretaña, a Hitler en septiembre de 1938 para pactar los tratados de Munich. Un estéril intento (cediendo gran parte a Alemania de lo que hoy es la República Checa) por frenar las ambiciones imperialistas del dictador alemán. A pesar de que Chamberlain regresó a Londres eufórico por supuestamente haber salvado a Europa de la guerra, exactamente un año después, la historia le refutaría su error por creer en la palabra de un tirano. Winston Churchill escribió: “A nuestra patria se le ofreció elegir entre la deshonra y la guerra; ya aceptamos la deshonra y ahora tendremos la guerra”. En nuestro caso, se inició una guerra comercial cuando Trump impuso unilateralmente aranceles a nuestras exportaciones de acero y aluminio, contraviniendo toda normatividad de la Organización Mundial de Comercio (OMC); o cuando impuso la clausula 32.10 en el nuevo tratado, limitando el poder soberano de cada nación para entablar relaciones comerciales con cualquier nación; o al amenazar con sanciones a las empresas automotrices americanas por mantener sus inversiones en las armadoras establecidas dentro del territorio mexicano. De este modo, ya tenemos la guerra, por ende, el único objetivo de esta visita a Washington será salvarnos de una nueva deshonra.