Leer y releer los cuentos clásicos que quizás los conocimos gracias a las adaptaciones a pantalla grande que hizo Walt Disney, es siempre una inversión de tiempo que nunca está de más.
Por dos diferentes razones, durante el mes de junio, me vi en la necesidad de reencontrarme con Pinocho, o mejor dicho, con Las aventuras de Pinocho. Una de las razones vino gracias a una conversación que mantuve a través de Facebook Live con un seminarista que estaba terminando sus estudios filosóficos, quien en su trabajo de investigación, La verdad de la mentira, después de un riguroso recorrido por los amplios pasillos de los pensadores clásicos llevó sus instrumentos teoréticos para aplicarlos en la historia de Pinocho. A partir de esta conversación con Raúl Colín, me sumergí en una más o menos rápida investigación en dos líneas: por un lado, desempolvar la narración completa y original escrita por Carlo Collodi (1826-1890), y por otro lado, la ubicación de un comentario teológico que hizo sobre él un gran cardenal italiano, Giacomo Biffi (1928-2015), Contro maestro Ciliegia, contra el maestro Cereza. Las aristas que nos ofrece Pinocho son muchas, pues como escribe Felipe Garrido en el prólogo de una de las más recientes ediciones castellanas: “Pinocho cuenta, sin rodeos y sin concesiones, cómo un niño que en un principio no domina sus sentidos ni sus movimientos ni sus sentimientos, con enorme esfuerzo, con ímprobo sufrimiento, llega a convertirse en una persona auténtica”.
Cuando el cardenal Biffi diseñó en 1977 sus comentarios con la Biblia y la rica Tradición de la Iglesia sobre Pinocho, para comenzar debía exponerse a la descalificación, pues aunque la fama y el prestigio de este personaje de madera que poco a poco tomó vida hasta convertirse en un niño de carne y hueso, sin embargo, trabajaría sobre un texto que había salido de las manos de un adulto que en su tiempo presumía de ser masón. El cardenal Biffi, no obstante, había descubierto en el relato, más allá de la intensión del autor, cómo incluso en la narración había páginas de la Historia de la salvación. A la fecha, el entonces cardenal emérito de Bolonia es recordado como el teólogo que se atrevió a subrayar las dimensiones de fe que en este relato se pueden encontrar, y lo hizo con maestría y éxito.
El Señor Carlo Collodi publicó poco a poco los episodios de Pinocho (1881-1883) a través de un periódico florentino dirigido a niños. Dos veces detuvo sus relatos, pero dos veces se le pidió retomarlos pues el público estaba muy interesado en ellos. El clic de las aventuras del muñeco de madera tuvo un triunfo inmediato en el país italiano todavía naciente, y en el mundo entero. Con su narración fantástica sucedió lo que generalmente pasa con esos cuentos que como primera intensión van conducidos para los infantes, los adultos se lo apropian con gran facilidad. Los temas principales que se gozan línea tras línea en este cuento nacido en Florencia son libertad, discernimiento, conciencia, educación, amistades, error y conversión, y agregará magistralmente el cardenal Biffi: gracia de Dios.
Algunos de los personajes interesantes que precisamente nos sumergen en los contenidos antes mencionados: Geppetto, Maestro Cereza, el Grillo, la Zorra y el Gato, y el hada. En los avatares de la historia se muestra con claridad cómo el itinerario de la educación va de la mano con aciertos y desaciertos, pero cuando hay acompañamiento del educando, Pinocho aprende de sus equivocaciones y va adquiriendo responsabilidad en sus decisiones. Teológicamente nos recuerda el prelado Biffi que en la irrupción de la fata turchina, el hada de cabellos turquesa, que es quien dona soluciones a Pinocho, está la intervención de Dios en la historia de cada hombre, pues es siempre la gracia la que nos permite regresar a la casa del Padre, en este caso, de Geppetto. Sin el hada, la gracia, Pinocho todavía estaría vagando sin rumbo por el país.
Niño, joven, adulto o anciano, pero este libro es para ti y para mi. La belleza que aquí Carlo Collodi quiso plasmar traspasó inconscientemente su objetivos y llegó incluso hasta las puertas del Evangelio.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz