Ahora que estamos mucho en casa y tenemos tiempo para dialogar con quien siempre hemos tenido cerca de nosotros, es importante ver todas las ventajas de conversar.
Hablar solo, escuchar a alguien que se dirige a todos y quizás a nadie, no es lo mismo que entablar una conversación con una persona singular, y más aún cuando ella o él están presencialmente, físicamente cerca de mí.
Provocar el acercamiento o permitir el encuentro individual es un arte que lo une todo pero que lo pone todo en riesgo. Caen las pantallas, cesan las voces, hay dos rostros que se encuentran. Los temas pueden ser variados, como múltiple es la vida misma. La plática puede girar en torno a un pequeño insecto o sobre un movimiento social internacional. Ideas, sentimientos, emociones, juicios, oraciones, todo tipo de expresión física o verbal es lo que se haya en una amena conversación.
¿Quién puede conversar? Todo el que tenga una boca limpia, unos oidos nítidos y un corazón sincero y prudente. Tú y yo lo podemos hacer, basta un propósito y las circunstancias normales de la vida se encargarán de todo. Se requiere de un toque de valentía, claro está, pero una vez que se prueba del placer y de la gratificación que aportan una confiada y constructiva conversación, se suceden las demás con la naturalidad de la vida.
Dios nos ha creado para dialogar, para hacer una conversación con todos y bajo cualquier circunstancia. Es cierto que hay conversaciones difíciles: rudas, dolorosas, reveladoras, pero al final del día también ellas construyen y aportan luz a la vida. Conversar siempre y a pesar de todo, es posible. Hablando Dios nos creó, y ya muy existentes Él diálogaba con nosotros. Pregúntenle a Adán y Eva.
En la belleza de una conversación, pues la verdad y el bien se palpan frase tras frase, se puede hacer experiencia de ese momento de la creación donde Dios hizo todas las cosas. Cada vez que pronunciamos una palabra emerge una imagen en la cabeza de quien la pronuncia y de aquel que la escucha. Somos de palabras y así de imágenes. Conversamos y a la vez hacemos un filme, corto o largo, pero siempre desencadenamos a la creatividad de quien está atento y escuchando, y él va armando la película.
Cuando no podemos gozar de la dicha de contar con una persona con la cual conversar, permanece la presencia de alguien que a diario está siempre dispuesto a escucharnos con cualquier tipo de tema, y bajo cualquier horario y situación anímica. La belleza sale a nuestro encuentro en aquel que la creó, Dios. Conversamos porque somos hijos de alguien que también sabe conversar.
Hay quien acompaña una buena charla de amigos con una copa de vino, con una cerveza o con un café. Bienvenido el contexto para permitir que la confianza se dé y la belleza aparezca.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz