Por: Hugo Rangel Vargas
Hay historias que son nuestras aunque no nos pertenezcan, hay también lugares en donde hemos habitado aunque nunca hayamos ido ahí, por supuesto que hay insignias y símbolos que nos hacen vibrar aunque no los hayamos visto antes. Las historias, nuestra Historia; no sólo puede narrarse en base a lo que hayamos comprado con dinero, hay precios más caros que se pagan con sudor, con orgullo, con coraje, con rabia, con lágrimas, con pasión.
La Historia de los canarios del Atlético Morelia no es sólo la suma de anécdotas de una institución deportiva, no es el recuento de goles, de partidos robados, de finales perdidas y finales ganadas, no es únicamente la suma de nombres que ponen los sentimientos a flor de piel como Marco Figueroa, «El Mudo» Juárez, Walter Burguez o Miloc. Las gradas del mítico Venustiano Carranza y del majestuoso estadio Morelos están repletas de cientos de historias de pequeños corazones que latían en uno sólo con la porra número uno, con miles de pechos que se inflamaban al escuchar el Juan Colorado. Ahí, en esa identidad que aglutina aún a miles de michoacanos, está algo más que una fría, helada proyección financiera.
Equipo construido con el pundonor de la provincia, arrebatando “Oro” –su nombre original– de los llanos de lo que hoy se conoce como la Avenida Madero de la ciudad capital de Michoacán y fundado el 21 de noviembre de 1924; la historia reciente del ahora denominado comercialmente “Monarcas Morelia” es la de embates mercadológicos y comerciales contra un afición que sigue haciendo trinar a los Canarios en las calles.
Forjado por dos ascensos a la Primera División (el más reciente lo mantiene desde 1981 en el máximo circuito del balompié mexicano), el equipo que tenía su sede en Morelia, debía su raigambre en buena medida al origen local de los empresarios que le conformaron y le sostuvieron en el fútbol profesional desde 1951, cuando ascendió por primera vez.
Pero el pundonor comenzó a cederle el paso a forzadas estrategias de mercado de un empresario que ha construido su fortuna con base en la usura y no en el riesgo. Pese a ello, el otrora equipo de los “Canarios” seguia aleteando en el Morelos al ritmo del “Juan Colorado» y aún entre jóvenes aficionados emergia el recuerdo de glorias pasadas escritas con arrojo. Con la salida del ahora llamado «Monarcas» de su casa, TV Azteca sepulta uno de los pocos nichos de la provincia en donde el fútbol se jugaba con el honor por delante y no sólo con un balon, ni mucho menos con la billetera.
Hoy nuestro Morelos está abandonado. Sus tribunas dejarán de ser testigos de encuentros, no sólo deportivos, sino de almas extraviadas que fueron ahí a fundir sus caminos en un sólo grito. Hemos sido víctimas de la voracidad financiera que quiere ponerle fin a una Historia -esa que se escribe con mayúscula-, que quiere reducirnos a la simplicidad de un estado de resultados, que pretende llevarnos al anonimato como lo hicieron con otros clubes a los que desterraron del corazón de sus aficiones en el pasado cercano.
Se han llevado un membrete pero nunca nuestra rebeldía, jamás a nuestro «Semillas», a nuestra «Chonita», a nuestro «Mago». Se llevarán unos trofeos pero no los títulos. Se llevan un equipo pero no nuestra férrea voluntad de resistirnos al fin de la historia que quieren decretar los que mandan. Aquí se queda esto que seguro nos servirá de lección para poder sabernos unidos e iguales frente a otras y más lacerantes injusticias. Entre tanto, disfruten su pírrico triunfo.
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