Un pastel para mamá

Me gustan los postres. Todos y cada uno de ellos. Y sé que a muchos de ustedes también. Panqué, pay, flan, gelatina, tapioca, chongos, arroz con leche y una infinidad de posibilidades de la cocina nacional e internacional. 

Ahora que nos podemos detener con ociosidad y aprender de los detalles de la vida cotidiana, descubriendo ahí las puertas de la belleza, viene la siguiente pregunta: ¿por qué un pastel para celebrar un cumpleaños, un aniversario o un evento especial? Vamos a comenzar. 

Primeramente, parece que uno de los denominadores comunes de cualquier tipo de postre, es decir, de la comida que se sirve al final, posterior a los otros alimentos, lo último, es el azúcar o su equivalente, pero siempre alguna sustancia dulce, en alta o baja cantidad, la esencia del postre. A nuestro paladar le gusta el postre y nuestro cuerpo lo recibe con gusto, pues es una fuente de energía. 

Después, nuestra vista también queda atrapada por la increíble gama de colores que los postres pueden tener como decorado externo e interno. Los colores resultan intensos y así agradables a nuestra vista. Además las figuras en relieve, rosas, palmeras, grecas simples y otras con mayor producción, pisos, en fin; en los postres se echa a andar gran creatividad dejando a las miradas sorprendidas. Quizás lo primero que atrae de un delicioso pastel es su apariencia. Ojos que no ven, corazón y estómago que no sienten. Llevamos dos sentidos satisfechos: el gusto y la vista. 

Tercero. Sí, “¡que le muerda, que le muerda!”. Y con esta popular y controversial aclamación queda de manifiesto no precisamente que el invitado pruebe el pastel, sino que lo sienta, que su nariz y sus mejillas -en el mejor de los casos- hagan experiencia de la textura del pastel. Y de los niños y adultos con alma de niño que hunden uno de sus dedos en el chantillí, ni hablar, ellos merecen un Pórtico aparte. Para nosotros es parte de la etiqueta comer con cubiertos y toda la indumentaria completa, pero en otras culturas, por ejemplo las del Oriente, comer con las manos, utilizándolas directamente para introducir el alimento en la boca, es parte de una correcta alimentación. Algunos postres también son comidos directamente con el uso de las manos, pensemos en las galletas rellenas de mermelada, las bañadas en chocolate, las elaboradas con nata, etc. Un postre nos da la oportunidad de tocarlo, quedando el tacto también satisfecho. 

Pero el postre no se escucha. Falso. Al morder el oído también queda envuelto por la sinfonía de sabores, pues sobre todo cuando el dulce es crujiente se produce la deliciosa magia del comer lo último del banquete, el postre. Que si un buen pastel también huele, claro que sí. El perfume a naranja, arándanos, frutos secos, limón, tres leches, y demás, completa el placer de comer la última parte de la comida. Y aquí estamos, todos satisfechos y listos para dar por concluida la comida. ¡Gracias! ¡Adiós! 

Mañana uno de los regalos más comunes que recibirán nuestras madres serán los postres, porque la compra de algún otro tipo de presente no será posible si no se hizo con tiempo y en línea. Los límites del confinamiento social de estos días. Pero estoy seguro que un delicioso pastel u otro tipo de dulce será bien recibido por la mamá y los que viven en su hogar. Ya saben que las mamás no se resisten a la generosidad y comparten todo lo que Dios les ha socorrido, más cuando sus hijos, nietos o bisnietos, ponen cara de necesidad. Se trata de un pastel familiar. 

El pastel llenará de luz la sobriedad obligatoria de estos días, nos dará el baño de belleza en un día tan especial como el día de las madres.  Y sí, Dios se asoma a través de un pastel. 

¡Felicidades desde ya!

P. Francisco Armando Gómez Ruiz

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