¿Quién en su tiempo no puso resistencia para ayudarle a su madre a hacer el famoso “quehacer”? Incluso todavía solemos poner un poco de resistencia. Estoy seguro que en estos días de confinamiento asear la casa se ha convertido en la actividad más recurrente y a veces enfadosa. No es para menos, se detuvieron las salidas al café, al cine y a mirar curiosos los mercados y los centros comerciales.
El tema del quehacer es una actividad tan cotidiana en nuestra vida que, para mi sorpresa, descubrí que uno de los libros más vendidos en estos días, además de su alto récord en los años pasados, es “La magia del orden” de la oriental Marie Kondo, quien en la cubierta de su portada presume enseñarnos a ordenar nuestro armario y nuestra vida. Se los dije: al tema de limpiar la casa, no sólo se le dedican horas de pleitos familiares, sino libros también.
¿A qué se debe la urgencia de inmiscuirnos en este hogareño tema un sábado de Pórtico? Sí, lo estás intuyendo bien: belleza y orden van de la mano. Una casa limpia y ordenada será una casa bella. No importa si tiene pisos de mármol, loza de barro o vitropiso del más comercial, si está todo ubicado en su lugar, será ese un pasadizo de belleza.
Hace algunos años, durante un verano de experiencia en un poblado de Gales (U. K.), visitando algunas casas de los feligreses católicos de la parroquia donde yo colaboraba, aunque las fachadas de las casas eran iguales al estilo del barrio a donde pertenecía el hogar, sin embargo por dentro había gran derroche de creatividad: tapices, alfombras, flores, pinturas, miles de decorados, y todos ellos diversos. Entendí que sus interiores debían lucir acogedores pues el largo invierno les exigía pasar largos tiempos dentro de casa. Y querían estar rodeados de belleza.
Regresemos al tema del tedio de levantarse una mañana y comenzar a asear y ordenar la propia alcoba. Cuesta trabajo, implica ordenar la mente, pero sus frutos son siempre contundentes: los espacios lucen acogedores, otorgando al ambiente notas de intimidad, de comodidad, de ganas de permanecer muchas horas en ese espacio de la casa que luce brillante.
Por más que se presenten cientos de teorías estéticas que pretendan encontrar “gloria” en la combinación de elementos absurdos que de un sentimiento siniestro no van a pasar, la belleza de un jardín bien podado, de una habitación combinada, de una sala acogedora y de un estudio ordenado para provocar concentración, será siempre superior a cualquier galería de renombrado artista de fealdad.
La concepción (la idea) y el alumbramiento (ejecución) de la belleza es un trabajo duro pero siempre satisfactorio. Para comprobarlo le podríamos preguntar a los genios del Renacimiento, a los modernistas y a las amas de casa. Todos estarán de acuerdo: la belleza cuesta disciplina, dedicación y chorros de sudor.
¿Cuándo terminará la creación de la belleza? Jamás. ¿Cuándo se termina el quehacer del hogar? Nunca, dice la señora de casa. He aquí el testimonio de la belleza que nos inunda incluso en casa. Y, cada vez que tomamos escoba, plumero, trapeador, etc etc, es como si tomáramos pinceles, cinceles, plumas para hacer surgir la belleza.
Limpiando, aseando, ordenando, cuidando la casa cooperamos con el gran artista, Dios, para seguir creando el mundo. ¡A limpiar!
P. Francisco Armando Gómez Ruiz