Por: Hugo Rangel Vargas
Muy a pesar de sus deficiencias, los desayunos a los que tenía acceso la mayoría de la población mexicana hace 30 años, sobre todo en las zonas rurales, eran mucho mas saludables que los que se consumen actualmente. En aquellos años de mi niñez, era común empezar el día con una infusión de hojas de limón o un chocolate hecho en agua, rara vez endulzados con un poco de piloncillo; algunas tortillas, frijoles y salsa; y cuando había suerte, se atravesaba algún huevo por la mesa. La modernidad neoliberal sustituyó esto por un abanico de alimentos ultraprocesados elaborados con altísimos contenidos de grasa, azucares y harinas.
La evidencia ha demostrado que desde que el país dejó del lado su aspiración por la llamada soberanía alimentaria, la población estuvo expuesta a una inundación de este tipo de alimentos en los que la industria se esmera por encontrar un punto de combinación entre sus ingredientes de tal suerte que provoque la adicción del consumidor.
Los resultados para el país de este cambio alimentario que ha traído consigo la noche neoliberal, son nefastos: desde 2016 la Secretaría de Salud decretó una alerta epidemiológica por diabetes, sobrepeso y obesidad; el costo de estas tres enfermedades equivale a cuatro puntos porcentuales del Producto Interno Bruto; de 2012 a 2018 la población con diabetes creció en 2.6 millones de personas, con hipertensión en 6 millones de personas y más de un tercio de la población de entre 5 y 11 años de edad tiene sobrepeso u obesidad.
Frente al riesgo que para la salud implica esto, y de cara a la puesta en marcha de las modificaciones a la Norma Oficial Mexicana que regula el etiquetado de alimentos y bebidas preenvasados, la industria de los “alimentos” en México -cuyo capital de origen es fundamentalmente extranjero- apenas y ha alcanzado a argumentar que esto traería como consecuencia el desplome de sus ventas.
Esta reacción no dista de la de la clase empresarial de otras latitudes del mundo cuando los gobiernos deciden intervenir. En 2012, en California, una nueva norma mucho más clara de etiquetado tuvo la oposición de una alianza entre los angelitos de Monsanto, Coca Cola y Pepsi; los cuales lograron echarla abajo. En Chile, Kellogg y PepsiCo presentaron sendos litigios contra una norma de etiquetado frontal, similar a la que se pondrá en marcha en México y, pese a ello, tuvieron además que deshacerse de personajes publicitarios que atraían a los consumidores infantiles con fuertes estrategias de persuasión.
Y es que la nueva regulación mexicana en materia de etiquetado obligará a que los envases de los productos con alto contenido en grasas, sodio, azucares o calorías; tengan una leyenda frontal enmarcada en un símbolo octagonal que advierta esta situación; esto independientemente de la tabla nutrimental que ya contemplan las normas del país.
La UNICEF ha felicitado al gobierno mexicano por este cambio regulatorio y no es para menos. En el caso chileno, los logros son destacables: se redujo en 25 por ciento el consumo de bebidas azucaradas y en 17 por ciento el de postres envasados, tan solo por citar ejemplos.
Diversos organismos de la sociedad civil han llamado a los poderes del estado mexicano a no ceder frente a presiones de gigantes de la industria alimentaria como Nestlé, Kellogg, Coca Cola o PepsiCo, mismas que tienen en México una importante fuente de ganancias. Esperemos que la Cuarta Transformación dé otra muestra de separación entre el poder político y el económico.
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