A las obras artísticas que hacemos los seres humanos con nuestras propias acciones y que no tienen que ver con ninguna de las artes que conocemos, no se les califica generalmente como bellas, sino como obras buenas. Del arte pasamos a la moral. Una obra buena, es decir, una acción humana realizada conscientemente para hacer un bien, se le llama obra buena.
Así como la obra artística es un pasadizo que nos lleva a hacer experiencia de lo trascendente, ejecutar o ver cómo se opera una obra buena también nos transporta a algo más allá de la bondad de que hemos sido capaces. Hoy quiero que nos paremos frente al pórtico de los actos buenos que bien pueden ser calificados como bellos.
A penas hace un día, a un buen amigo le ha sido transplantado un riñón. Fue cuestión de horas desde que recibió la llamada hasta que estaba en la sala operatoria. Hasta ahora todo ha salido bien. Desconocemos el nombre y la procedencia del donador, sólo sabemos que fue una persona que estaba con muerte cerebral y que seguramente precedentemente había declarado que era donadora de órganos y su familia consintió dicha disposición. Al quirófano entraron dos medios vivos, uno salió muerto y el otro más vivo que nunca.
La donación de sangre y de órganos es una de las obras de más alta calidad de humanismo, así la quiero calificar. Existe una gama increíble de obras generosas que a diario podemos hacer, sin embargo, ésta de donar algo del propio cuerpo por la vida de otro lo puedo poner en la línea de aquella afirmación de Jesucristo: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). De aquí la importancia de todas esas campañas que buscan concientizarnos de esta obra buena que en miles de casos ha salvado la vida de otros seres humanos.
Donar dinero u otros bienes, dar tiempo y la propia persona para realizar un trabajo en conjunto también son acciones de generosidad pura. Acostumbrémonos a ser buenos con todos y dónde quiera que estemos, tengamos en mente siempre y en todo lugar que debemos hacer el bien y evitar el mal, y seguro que un día abriremos los ojos y despertaremos en un mundo más perfecto que el de ayer. La generosidad no tiene límites, como el amor no los tiene. Andemos siempre en lo que pensemos que es la frontera del amor, pues siempre descubriremos más tierras para amar.
Donando órganos se dona la vida misma, esas células y órganos de los cuales sólo nosotros y nuestro cuerpo somos capaces. La donación de órganos es camino que lleva al cielo, escuela de humanismo y certeza del amor a Dios y al prójimo.
No conozco el nombre ni la procedencia del donador del riñón para mi amigo, pero desde hace días oro por él y por todos aquellos que amó y que lo amaron y siguen con vida.
¡Beatos los que donan, porque ellos heredarán los cielos nuevos y la tierra nueva!
P. Francisco Armando Gómez Ruiz