Por: Martín Ramos
Muchos movimientos y cambios sociales se han gestado bajo el amparo del derecho fundamental a la libre manifestación, incluso antes de que este fuera concebido como tal. Este derecho conlleva múltiples acepciones; por un lado, que cualquier persona puede pensar como considere y que la simple manifestación de su pensamiento no será objeto de inquisición judicial, así como poder manifestarlas públicamente. Movimientos estudiantiles, democráticos y sociales -prácticamente siempre- llevan aparejadas tomas de carreteras, vialidades, plazas públicos incluso matices violentos. Basta con recordar el movimiento estudiantil chileno, el movimiento 15M en España, la Primavera Árabe, el 1D del 2012, entre muchos otros.
Estos movimientos siempre llevan aparejado un olvido absoluto por parte de la autoridad lo que incrementa el escozor por parte de los afectados, ya que el principal sujeto que debe hacerse cargo los derechos de determinado grupo es el propio Estado, mismo que es omiso ante sus demandas, por lo que la protesta violenta se convierte en el último y único recurso que los grupos sociales tienen para ser volteados a ver. Basta con que cualquier persona que tenga un problema acuda ante la instancia gubernamental de su preferencia a solicitar el auxilio de la autoridad y será testigo de que a la misma no le importa en lo más mínimo la problemática que padece el ciudadano, ya que en la esfera pública se soluciona lo urgente y no lo importante, ergo, nuestra problemática hay que convertirla en urgente, para así poder ser merecedora de la atención del gobierno y, por fin, encontrar soluciones. Luego entonces ¿cómo convertimos nuestra problemática en urgente? Mediante la protesta violenta.
Un grupo que históricamente ha sido olvidado es el de la mujer, ya que desde Roma y Grecia no era sujetos de derechos, sino únicamente eran vistas como entes que en muchas ocasiones era propiedad de su marido. Es entendible el encabronamiento que desde hace siglos existe y el olvido institucional solamente viene a acrecentar tal descontento.
Esta indignación encuentra sus puntos máximos cuando salen a la luz pública escándalos de abusos de autoridad como el que dio origen a las pasadas manifestaciones feministas: la violación de una menor por parte de políticas de la Ciudad de México. ¿Cómo no sentir rabia ante semejante desvergonzada?
Es por lo anterior, que es totalmente entendible que las protestas de mujeres en todo el país se tornen violentas, ya que convergen varios elementos que invariablemente convierten el descontento y el disgusto en rabio y escozor. Por un lado, una afectación a los derechos de una menor de edad, por otro que tal afectación la perpetre quien debe de velar por los derechos y, finalmente, que desde siempre tal grupo esté en el olvido absoluto. Es entendible el uso de la violencia en el caso concreto. No obstante lo anterior, estimo que las protestan deben ir dirigidas a quien generó la afectación, más no a terceras personas que en nada son responsables.