El arte de llorar

Por: P. Francisco Armando Gómez Ruiz

Hemos estado hablando de arte, de naturaleza, de eventos cotidianos que nos transportan de la belleza a Dios. Ahora llega el turno de pararnos frente a un pórtico sumamente especial. No se trata de una pieza, de un evento o de una persona, sino de un sentimiento: la tristeza, o más en concreto, las lágrimas, el llanto.

Últimamente, no sé ustedes, noto que los treintas vinieron acompañados de lágrimas, pues me he cachado así en más de una ocasión. Por una o por otra razón, pero los ojos también quieren desahogarse. No sólo de tristeza se llora, sino también de alegría, de enojo o de miedo. Pero de niños nos malacostumbraron diciéndonos, para empezar, que el llanto es sólo actividad de mujeres y expresión clara de debilidad. Claro que no, llorar es un ejercicio psíquico-corporal que oxigena al alma.

Al inicio nos cuesta trabajo, pues vienen a la cabeza todos los tabúes mencionados, pero al terminar de cruzar por el portal del llanto viene el placer del desahogo, del sentirse vaciado, de haber mostrado el sentimiento plenamente. Los invito para que, precisamente, nos enfoquemos no en la dificultad de decidirnos a llorar, sino en la serenidad sentida al haber llorado. Como lo ven, también el que escribe pasa y pasa por este portal de belleza.

Llorar a solas o en público, no importa, se trata de la primera actividad pública que hicimos al ser dados a luz, lloramos. Así nos recibieron los demás y después así aprendimos a resolver nuestros primeros problemas, pregúntenle a las madres y a los padres. ¿Dónde está la dificultad? Somos artistas del llanto. Quien ha dejado de llorar sabe que ya hizo su drama y que sacó lo que tenía que sacar, que decidió no fingir más y se mostró completamente necesitado frente al mundo o al menos frente a sí mismo. Lagrimear desde lo profundo del alma libera, es una actividad de reparación interna.

“Dichosos los que lloran porque serán consolados” (Mt 5,4), dice una de las bienaventuranzas dichas por Jesucristo. Ya estamos entendido más o menos de qué se trata este ejercicio. Llorar es de valientes, llorar es de espíritus de alta inteligencia emocional, llorar es una actividad salvífica. Para “romper en llanto” se requiere de identificación y aceptación de sentimientos, dándose pie a la salud. Jesús, en el versículo más pequeño de la Biblia, dice: “y Jesús lloró” (Jn 11,35). Externar el sentimiento es propio de grandes y pequeños seres humanos, de niños y de ancianos.

¿Dónde está la belleza del llanto? ¿Por qué llorar es un arte? Porque si bien es cierto que hemos hecho toda la exaltación del llorar, también hay que decir que debemos aprender a hacerlo, aquí es donde se necesita la inteligencia emocional. Ni se debe llorar permanentemente por siempre, pero tampoco nunca hacerlo. Toda arte requiere conocer y experienciar tiempos, espacios y técnicas. Así el llanto. La vida nos va aleccionando para saber cuándo, dónde, con quién y cuánto durar. Observa bien a esos seres humanos maduros que tienes a tu alrededor, pero hablo de los realmente maduros, y verás que sí lloran, pero no se la pasan ahogados en sus lágrimas. Hasta para llorar se aprende, se va siendo artista poco a poco.

Digamos cinco reglas para llorar artísticamente, y no nos referimos aquí a “falsamente”: 1) se da la ocasión, hazlo, es un acto bueno; 2) llora con sinceridad y no con fingimiento; 3) ¿ya estás llorando? Sé entonces sincero y expresa lo que sientes también con tus palabras; 4) sécate las lágrimas, no sirve llorar por siempre, así no es la vida. 5) Repite el ritual cuando llegue la ocasión, pero no hagas del ritual del llanto un pretexto de chantaje y manipulación, existen otros sentimientos.

Felices, sanos, sinceros, tiernos los que lloran, porque serán consolados por otras manos cuyo rostro también ha llorado.

P. Francisco Armando Gómez Ruiz

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