Habitar el silencio

Se trata de no hablar, se trata de verlo todo sin expresar. No sólo en el ruido aprendemos a observar, no sólo hablando solemos comunicar. Nos enseñaron que hablando y que sólo hablando nos expresamos, por eso no se ve la hora para que el bebé hable, se trata de un prodigio.

Pero aunque nos guste la tierra de los ruidos, y disfrutemos de sus paisajes paradisiacos: charlas, risas, memes, gritos. Sin embargo también somos criaturas de pausas y silencios. El silencio también es nuestra patria.

Si recordamos lo que es la música vemos que es la combinación de ruidos y silencios, así es como puede surgir una melodía. Podrás decir que es falso, que tú no eres ningún ciudadano de la tierra silenciosa. Has un recorrido por el itinerario de cada uno de tus días y seguro encuentras muchos silencios. Nuestra vida es musical: combinación de voces y silencios.

Los expertos en comunicación dicen que por más que subrayemos la fuerza de la palabra hablada o escrita, nuestra fuerza comunicativa está en el lenguaje no verbal: tono, gestos, coloración del rostro, maneras, etc. Los primeros años de vida estuvimos comunicando sin palabras, con puros gestos, risas, llantos, gritos y miradas. Tenemos más experiencia con la comunicación no verbal.

La ausencia de personas y de mensajes en redes sociales nos llevan de vez en cuando a estar en nuestra habitación tal vez escuchando música, haciendo una oración, otras veces viendo un filme y otras leyendo. En esta sintonía de soledad, hemos sido capaces de abandonar todo tipo de dispositivo para pensar un ratito, sin más, en eso que se mueve en el interior, sea en la cabeza o en el corazón. Exploramos nuestras emociones, sentimientos y deseos más profundos. Varias veces hemos tomado serias decisiones con este ambiente de silencio. Nos debemos al silencio.

Es cierto que cuando se alarga nuestro paso por el país del silencio tendemos a desesperarnos; cuesta habitar esta tierra. También es cierto que las palabras y las presencias de los otros son necesarias. El silencio nos enseña a extrañar a los demás, a amarlos de esa manera especial. Porque el silencio es bello, porque él es puerta para ponerle esas dimensiones a la vida que los ruidos frenéticos no pueden. En silencio encontramos a las personas que ama nuestro corazón y Dios sale sin falta a nuestro encuentro.

P. Francisco Armando Gómez Ruiz

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