Por: Francisco Armando Gómez Ruiz/ Pórtico
A un lado de la abeja habita el colibrí. Las dos presencias en el medio ambiente son signo de sostenibilidad ecológica. Donde pasan las abejas y los colibríes, en esos parajes hay verdes prados, eriales de hermosas flores, agua que riega las montañas y los llanos, está la casa del dulce polen.
El pasado 19 de julio se inauguró en Tzintzuntzan, “lugar de colibríes”, una exposición pictórica titulada: El retorno del colibrí, del pintor oaxaqueño Manuel Miguel. Se trata de un recorrido entre varias decenas de cuadros, la mayoría de ellos en acrílico, que muestran la magia que son capaces las avecillas que revolotean ágilmente. El juego armónico que provocan cada una de las pinturas con el recinto del ex convento franciscano que las alberga, produce un ambiente de belleza sin igual. La exposición es un reclamo estético a cada espectador que contempla la colección, pues se le recuerda que si quiere ver próximos a estas avecillas curiosas por su belleza, debe cultivar flores y cuidar de los jardines necesarios para atraerlas.
Detrás de la presencia de un colibrí está todo un ecosistema que lo sostiene, que permite su supervivencia. Aquí está precisamente la invitación que la exposición mencionada hace a sus visitantes: les gustan estas interesantes aves, cuiden el mundo donde ambos habitamos.
En la encíclica ecológica que hace un par de años escribió el Papa Francisco, Laudato Si’, sobre el cuidado del mundo, en medio de las diferentes exhortaciones, el Pontífice invitó a a hacer conciencia que nuestros descuidos para con el mundo han llevado a tal deterioro que varias especies no existen más, se han extinguido, y con ello ya no dan gloria a Dios con su presencia. Religiosa y ecológicamente se trata de una desgracia, de una tragedia, del asesinato de un ser vivo único en su especie.
Nuestros amigos colibríes son una especie de aves endémicas de América, conocidos por toda la región latinoamericana bajo distintos nombres: tucositos, pájaros mosca, zumbadores o ermitaños. Su variedad familiar es tan grande que se ubican en el segundo sitio dentro de las clases de aves, pues sus variantes son muchas. El corazón de una de estas aves late aproximadamente 1200 veces por minuto, entre otras muchas particularidades. Por estas razones la belleza del colibrí captura a niños y adultos. Él mismo es una ventana que vuela haciéndonos pasar de la monotonía a la singular hermosura del mundo. Se trata de un pórtico volador que atrae, que llama al cuidado del mundo.
“El retorno del colibrí” estará presente en Tzintzuntzan hasta el 25 de agosto. Te recomiendo visitarlo en uno de estos días, se trata de un viaje estético.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz