Por: Francisco Armando Gómez Ruiz
Ya fuiste, estas allá o seguramente estás haciendo las maletas. El mar y todas sus bondades. Así de bello y así de relajante la vida que se vive sentado junto al mar o sumergido en él. Y del sol ¿qué podemos decir? Que lo digan esos cuerpos bronceados que finalmente reciben un baño solar.
No sé por qué pero cuando pensamos en vacacionar, inmediatamente surge una serie de listas que traen tres de cinco opciones con nombres de playas, unas en corto y sólo alguna más lejana. A todos nos gusta el mar y una estrella. Se dejan los pantalones gruesos y largos por un lado, los sacos y los suéteres y se usan prendas más cortas y ligeras. De los zapatos ni hablar, los pies gozan al tocar las arenas de la playa y al rodearse por el agua salada del océano. Si la exposición al sol no es exagerada, la piel también adquiere un color más natural permitiendo que todo aquello que es recubierto por esa corteza entre en danzas armónicas de vida. Somos de mar y tierra y al acercarnos a esos elementos encontramos la propia patria.
¿Qué tiene el mar que juega con su estrella -el sol-? ¿En qué consiste la magia que produce la playa? Pensémoslo bien. Ya está: espontaneidad. Porque el primer registro del análisis playero consiste en que al estar y sentirse menos pesado, se anda, se habla y se siente con menor cuidado de formas. Nada de maquillajes ni de tacones, cero de rudas botas de trabajo. Entonces el cuerpo libre toca al alma y le quita sus grilletes para llamarla a la alegría de la libertad.
El contacto directo con la naturaleza permite reintegrarse con soltura a una especie de estado primigenio que en el fondo de nuestro corazón anhelamos. De repente hemos sofisticado tanto nuestros modos de vivir, que alejándonos de la hermana tierra le hemos traído desorden y maltratos expresados en todo tipo de contaminación ecológica. Por eso el reencuentro entre el ser humano, el sol y la estrella es benéfico para todos, pues se recupera la conciencia de la importancia del juego limpio al que estamos llamados a jugar.
Un aspecto más del atractivo del vacacionar junto al mar: las personas. Estoy seguro que nadie emprende un “viaje por la paz” rumbo a cero metros sobre nivel del mar. Es decir, una dimensión siempre agradable de las palmeras y los mariscos de la bahía es que se disfrutan con quién quieres evitando a aquellos que te causan estrés y desagrado. Por eso las jornadas de trabajo aun con la compañía del mar y una estrella no logran traer toda la magia que prometían. La familia y los amigos son parte de la geografía espiritual que hace del mar una experiencia sublime que promete ser repetida al menos una vez al año.
Nada de pleitos ni de rencillas en las arenas del mar, nada de tirar basura en esos lugares paradisiacos, nada de modos artificiales en el vestir o en el andar que contrastan con la costa marítima. Veamos ese pórtico que nos lleva a la belleza y pasemos por él, seguro que también allí Dios nos encuentra con una sonrisa.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz