Por: Hugo Rangel Vargas
A un año del histórico proceso electoral que llevó a la Presidencia de la República a Andrés Manuel López Obrador, abundan las evaluaciones de su gestión y los ejercicios de sondeo de la opinión pública, a través de las redes sociales y de instrumentos demoscópicos más serios. En todos ellos, se siembra en el elector la duda sobre si la decisión que tomó una aplastante mayoría de ciudadanos, fue la correcta.
Sin duda alguna, los mejores escenarios se construyen desde la lógica que encierra la palabra “hubiera”, pero en algo ayuda saber cómo va el país en sus inercias heredadas de 30 años de gobiernos neoliberales y saber si se esta haciendo algo para revertirlas, así como los riesgos que se corren si el cambio no se concreta.
Uno de los fenómenos más lacerantes que dejaron tras de si las administraciones que precedieron a la llamada Cuarta Transformación es la enorme desigualdad social, el cual ha sido incubado por una mezcla compleja de variables de añejo cuño que difícilmente podrían revertirse en un sexenio.
En el Informe de Desarrollo Humano Municipal 2010 – 2015 del Programa de las Naciones Unidas en México, dado a conocer recientemente, se observa la existencia de dos países. Y es que mientras hay zonas que tienen niveles de vida semejantes a los de Suiza, prevalecen rezagos, por ejemplo, en la sierra de Guerrero en donde hay municipios cuya marginación se asemeja a la de Burundi en África, mismos en los que superar esta condición llevaría 154 años.
¿Estaríamos mejor con los gobiernos neoliberales?, ¿los candidatos que presentó la derecha, José Antonio Meade y Ricardo Anaya, tenían una agenda de cambios suficientemente profunda para alterar estas tendencias?, ¿los siete meses que lleva la actual administración son suficientes para al menos frenar un ferrocarril que caminaba a todo vapor por los rieles del empobrecimiento de las mayorías?
Es posible que las respuestas a estas preguntas encierren a todos los escenarios que la imaginación desee, puesto que están elaboradas con supuestos que están en el terreno de las entelequias. Sin embargo, durante los gobiernos panistas y priistas de los últimos años, se acuñaron y fortalecieron la marginación, la violencia, la corrupción y la crisis que hoy se cierne en el país.
Pese a ello, el desaliento y la desesperanza ciudadana son posibilidades si los cambios no se materializan en un tiempo conveniente, o bien, si no se alcanza a comunicar y posicionar en la conciencia colectiva las razones que impiden que las transformaciones se concreten a la velocidad esperada.
Entre la impaciencia por sacar al país de la crisis y la pericia de los liderazgos que encabezan la Cuarta Transformación, se encuentra el riesgo de que se establezca una identidad indisoluble entre gobierno y despolitización. Esto es, que la ciudadanía mire con desanimo la falta de resultados y las vincule a una ausencia de alternativas para enfrentar el futuro. Frente a ello, el nuevo régimen debe apelar a la politización de la ciudadanía, estimular los procesos de empoderamiento social que permitan ir más allá de la urgencia de aliviar demandas inmediatas de corte economicista y sembrar la semilla de procesos de concientización y formación de ciudadanía mucho más profundos.
La oportunidad para que el pueblo tomara el poder fue inmejorable y se concretó el pasado 1 de julio. El futuro por construir reclama una energía y creatividad que sólo puede detonarse con apertura e inclusión. Ahí es en donde se medirá el oficio de los liderazgos que están emergiendo del nuevo régimen.
Twitter: @hrangel_v