Por: P. Francisco Armando Gómez Ruiz
¿Has escuchado de los lampíridos? Bueno, con este nombre técnico no, pero cierto que has visto algún documental, leído en algún libro o hecho experiencia directa con tus sentidos de las luciérnagas o los gusanos de luz, entre otros. Esta es la familia de los lampíridos, insectos que poseen bioluminiscencia, es decir, luz natural.
Cuando cae la noche después de alguna tormenta en torno a los sembradíos y en los bosques, aparecen esos destellos de luz que saltan y vuelan de un sitio a otro. No se trata de insectos encendidos que se desplazan enloquecidos buscando ser apagados antes de que el fugo los consuma. Estamos hablando de las luciérnagas, restrinjamos nuestra atención estética en esta especie de la familia lampídica.
Así como existen santuarios de la ballena azul y de la mariposa monarca, también existen santuarios de las luciérnagas. Hasta hace dos años, en México sólo era conocido el de Tlaxcala, pero recientemente un poblado del municipio de Tlalpujahua, El Llanito, abrió de Mayo a Agosto la experiencia nocturna de la contemplación de las luciérnagas. Ciertamente, esta atracción tendrá éxito sólo si se reunen las condiciones climatológicas para que suceda el evento donde el macho -quien vuela- busca a la hembra -que está en tierra pues no tiene alas para volar- para reproducirse.
Desde muy niños, si se tuvo la experiencia de ver e incluso atrapar luciérnagas –haciendo con ellas todos los experimentos posibles que a un infante se le ocurren-, pudimos tener golpes de experiencia estética a través de la belleza de la naturaleza. Cierto, en aquel tiempo no éramos capaces de nombrar con estas palabras, “experiencia estética”, a esa sensación de asombro y regocijo que sentíamos corriendo tras la lucecita que iba de un lado para otro. Reflexionando en esa experiencia del ver, correr de tras, y atrapar, captamos la dinámica completa que provoca la belleza en el ser humano: 1) los sentidos captan el foco luminoso de lo bello, 2) nace en el interior el deseo de permanecer cerca de la gloria que despide el objeto bello, 3) convirtiéndose lentamente en un deseo de querer la cosa bella para nosotros, lo ejemplifica así el mítico italiano esteta Umberto Ecco (1932-2016) en su Historia de la belleza: “si deseamos a una persona (que, por otra parte, incluso podría ser fea) y no podemos tener con ella las relaciones esperadas, sufriremos”. Haber descubierto la entrada, el pórtico de la hermosura, significa no poder resistirse a pasar a sus adentros.
Un foco de belleza, como lo es una diminuta luciérnaga o un gran conjunto de miles de luciérnagas, atrae, seduce y busca ser poseído. Así con todo lo bello. Desde muy niños éramos estetas –expertos en la belleza- sin hacer ningún torturoso ejercicio intelectual para llegar al descubrimiento y la posesión de lo bello. Tal vez, simplemente necesitamos la sencillez del corazón para dejar que una luciérnaga pase frente a nuestra vista, muy cerca de la nariz, y despertarnos con su luz del sueño de la muerte a la vida de la gracia, de la belleza.
P. Francisco Armando Gómez Ruiz